Al contemplar la ciudad de Jerusalén, Jesús se conmovió y lloró. Lloró por tantas tragedias en sus plazas, en sus calles, en sus casas. Pero lloró especialmente, porque la "Ciudad de la Paz" no conoció lo que conduce a ella, ni reconoció el tiempo en el que fue visitada por Dios.
La paz pasa por el reconocimiento de la presencia de Dios. Donde está se derrama comprensión, diálogo, entendimiento, búsqueda del bien. Dejar que Dios viva es vivir según Dios y experimentar el don de la paz. Un deseo para tantos lugares y personas que lo necesitan.
No se trata de pensar en el futuro y no ser capaces de vivir el día de hoy en el que debemos darlo todo y anunciar con nuestra vida que el reino está cerca. Hoy conduce a la paz el amor sincero que nace de aquel que el Señor nos da.
La paz comienza con la humildad de aceptar que hay otros que tienen la misma dignidad que yo. Esto lleva a trabajar con fuerza por la justicia y hacer del encuentro el camino de salvar diferencias y dificultades. El perdón y la reconciliación la tejerán.
A la paz conduce el trabajo por la justicia de verdad, la que teje una fraternidad universal, unas relaciones de herma
“Pero ahora está escondido a tus ojos” Pide al Señor que abra tus ojos para reconocer su visita a tu alma y recibir su paz. No permitas que las preocupaciones y distracciones de la vida te impidan ver su presencia y su oferta de paz. Trata de que tu corazón esté siempre abierto a su amor y su gracia para vivir en su paz.
Estás escondido a mis ojos, y eres mis propios ojos contemplando cómo te contemplo. Y ello me conduce a la paz, don de tu amor.



Comentarios
Publicar un comentario