No podemos vivir en el buenismo o en la exclusión, nuestra vida debe ser reflejo de quién desde la Palabra acoge sin olvidar la realidad de un mundo que nos recuerda que ser astutos no está reñido con ser veraces.
El Evangelio nos invita a reflexionar sobre el papel de la astucia y la previsión en nuestra vida de fe. Jesús nos llama a ser prudentes y a utilizar sabiamente los talentos y recursos que hemos recibido, siempre orientando nuestras acciones al bien común.
Que cada decisión sea iluminada por la honestidad y la generosidad, recordando que somos administradores y no dueños de lo que poseemos.
Jesús alaba la agilidad del administrador infiel. Para salvar su propia vida pone en marcha recursos inteligentes y muy lúcidos que le ayudan a sobrevivir. Y Jesús nos pregunta a sus discípulos: ¿Cuánto nos jugamos y ponemos de nosotros mismos para que se implante entre nosotros el Reino de Dios? ¿Cuánto nos jugamos por el Evangelio? Jesús pone en evidencia que hay una vivencia de la fe que no es apasionada. Que se mueve más por inercias, por costumbres, por rutina, que por una verdadera implicación vital en la causa del Reino.
En la vida podemos actuar con ingenuidad o con astucia. Jesús se lamenta por la falta de astucia en los hijos de la luz. La sagacidad no está reñida con la bondad. Al contrario, tendríamos que poner toda
nuestra perspicacia e inteligencia al servicio de la evangelización.
Hábiles para anunciar el Reino, para proponer el Evangelio, para anunciarle a Él. No nos dé miedo salir a la calle, utilizar las herramientas, los medios, las formas de anunciar y proponer que tiene el mundo. Démosle la vuelta a las cosas para que sea Él quien brille. Creamos en lo que anunciemos, démosle un giro para que se entendible, comprensible, atractivo... hoy, aquí y ahora. El Reino de Dios necesita de ti, de tu decisión y de tu inteligencia. Ponlas a su servicio.



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