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Alegrarse

 

«Ese acoge a los pecadores y come con ellos». (Lc 15,1-10).

La tradición hebrea expresaba en la comida compartida la comunión de vida, de pensamiento, de fe. Resulta provocativo e hiriente la actitud de Jesús rompiendo este condicionamiento socioreligioso. Él come con pecadores públicos, con los despreciados por todos. Él es su esperanza.

Para Él somos importantes, nos quiere como somos, no quiere que nos perdamos.  Es Él quien nos busca, no nos escondamos. Estemos alegres por el encuentro.


Vivir perdidos como una oveja sin pastor convierte la vida en una pesadilla y no en un regalo. Jesús nos recuerda que alguien vela por nosotros, nos busca, nos sigue para que el miedo no anide en nuestro corazón.  Jesús es un insensato que deja las 99 ovejas en el redil para salir a buscarnos. Es muy fácil confundirse. El orgullo de no escuchar la voz del Buen Pastor, sí. Jesús siente compasión de los corazones inquietos, que no se conforman con seguir de forma acrítica al rebaño.


Dios no sabe de matemáticas. 1 es más que 99. No sabe de importancia. Busca a la pérdida y deja a las muchas que tiene. No sabe de revanchas ni castigos. Carga a la que había encontrado, se alegra y lo celebra con otros. Es la alegría de la vuelta a Dios.

Alegría por encontrarse. Esto define nuestra relación con Dios. Nada de miedo, todo de gozo. Con Él a nuestro lado el miedo de haberse perdido desaparece. Se hace una fiesta por el encuentro, por dejar atrás el miedo, por saberse querido como la oveja en sus hombros.

 La gran novedad de Jesús es su misericordia. Con la parábola de la oveja perdida comprendemos la locura de su amor entrañable. Déjate encontrar por Jesús. Deja que te cargue sobre sus hombros. Dale esa alegría.

«La misma alegría tendrán los ángeles por un sólo pecador que se convierta» Al pecador no se le deja de lado, sino que se le acompaña a la conversión y en ella se da la alegría del cielo y de los hermanos. Ahora ¿Por qué nos empeñamos en condenar y no animamos al cambio de vida?

 
 
Señor, qué ternura la tuya, 
qué paz tan grande saber que me buscas y que mi miseria te atrae.  Señor, dame un corazón misericordioso  que sepa alegrarse por cada hermano que vuelve a Ti.  Ayúdame a ser un instrumento de tu amor,  buscando a aquellos que se han perdido  y compartiendo con ellos la alegría de tu salvación. Amén.

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