La viuda, con su insistencia, logra finalmente que el juez le haga justicia. Esta perseverancia es un llamado a no desanimarnos en nuestras propias peticiones y en nuestra vida de oración. En la vida cotidiana, enfrentamos desafíos y obstáculos que pueden desalentarnos.
La oración no es un acto mágico donde se espera que un genio conceda deseos, sino un acto de confianza y entrega en Dios. Implica pedir con insistencia y humildad, confiando en que Dios proveerá lo que realmente se necesita, no necesariamente lo que se pide por capricho
La oración es para mí, Señor, la respiración del alma, me permite vivir el Evangelio con alegría y construir un mundo más fraterno.
Dios no da largas a quienes, confiados, acuden a él para pedirle. Así lo asegura Jesús: Les hará justicia sin tardar. Lo importante es confiar y creer en él, pues en él todo acabará bien. Por eso se pregunta en voz alta:
"Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?". Yo creo que sí. La fe nunca es una moda, es una necesidad. Todos necesitamos respuestas a las preguntas profundas que acompañan el misterio de lo humano. Y Jesús es el que responde a todas ellas no con discursos ilustrados, sino con una vida que se entrega. Es camino, verdad y vida porque frente a casa nueva situación, Jesús siempre responde en clave de amor. Lo humano es imagen de lo divino cuando acoge su esencia divina de amor y de relación entregada.
La fe en Dios nos hace ver, sentir, confiar en Él como la viuda en el juez justo, que escucha, que acompaña y da respuesta a su petición. Dios será en quien pongamos con confianza plena nuestra vida en sus manos. Una fe que se convierte en oración, constante y personal. Tener fe en alguien es dejar al otro sitio en la vida, saber que él nos escucha y nos puede responder, ayudar, acompañar, cuidarnos. Que ese Alguien sea Dios.



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