Vuelve al paraíso

 

“Dejadlos; 
no impidáis a los niños acercarse a mí. 
De los que son como ellos 
es el reino de los cielos” 
(Mt 19,13-15)
 
Los pobres, los más carentes, los más necesitados, 
son objeto de particular predilección por parte del Señor. 
Y los niños, los pequeños, son muy “pobres”: 
pobres de edad, pobres de formación... 
Son indefensos
 
Los mayores llegamos con problemas, enfermedades, inquietudes… Los niños van con la alegría de estar con Jesús. 
No piden nada. 
Acércate así a Jesús y disfrútale.
 
Si miráramos el mundo con la inocencia de un niño, 
nos dejaríamos seducir por todo lo bello, lo bueno, lo sencillo. 
Seríamos amigos, hermanos... 
Convoca a la alegría, entrégate a la simplicidad, 
date un baño de inocencia, descubre la belleza, 
empápate de libertad.
Vuelve al paraíso
 
De los que son como niños es el reino de los cielos. 
De los que se empequeñecen ante las grandes razones. 
De los que se hacen dependientes ante el poder de la suficiencia. 
De los que son transparentes ante tanta mentira. 
De los que viven en la confianza del ahora.
 
Perdóname, Señor, 
por las veces que no dejo sitio a los pequeños. 
Enséñame a mirar el mundo desde los pequeños. 
Que el amor sea la fuerza que me mueva a salir de mi centro.
 
El Reino es para todos, 
pero primero para los más pequeños que siempre están sirviendo. 
Es necesario prestar atención a la gente que tenemos cerca. Escuchar las voces de los que casi no tienen voz. 
Hacer sitio a los que casi nunca tienen sitio. 
Dar valor a los que casi nunca lo tienen.
 
Ser como niños supone un alto grado de confianza en Dios, 
de vivir la vida con la alegría de resucitados, 
de llenar de ilusión lo que hacemos y somos. 
Que como ellos sintamos la necesidad de sentirnos 
queridos por Dios que nos protege.
 
 “Jesús no mira tanto la grandeza de las obras,  ni siquiera su dificultad,  sino el amor con que las tales obras se realizan”. 
 (Santa Teresa del Niño Jesús).
 
 
Acoger el reino como un niño 
es comprender que siempre somos discípulos en camino 
y alejar de nosotros la tentación 
de pensar que ya nos "sabemos" el Evangelio. 
Ante Dios siempre somos niños abiertos a seguir creciendo.

“Señor, enséñame a ser niño, a disfrutar de la vida,
a jugar y reírme con las cosas pequeñas.
Enséñame a confiar y a entregarme del todo 
sin protegerme para no ser dañada.
Enséñame a mirar con ojos inocentes,
a creer en la vida, en los demás, a no hacer cálculos.
A fiarme de ti. 
A ir de tu mano por el camino.
A dejarme abrazar como los niños,
a recibir amor y caricias porque los necesito.
Enséñame siempre a perder el tiempo 
con cosas no fundamentales,
no serias ni importantes.
Enséñame a disfrutar el momento como los niños.
Sin temer el futuro. 
Sin quedarme pensando en lo pasado”.
J. Kentenich,

 

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