“Os aseguro que difícilmente entrará
un rico en el reino de los cielos”
(Mt 19,23-30)
Dios no entra en un corazón que no le abre la puerta.
Dios no entra en un corazón que está lleno de otras
riquezas.
Se queda fuera, esperando.
Haz la experiencia de buscar a Dios sin nada,
en silencio,
en soledad.
Déjale abierta la puerta de tu corazón.
“El
que por mí deja casa, hermanos...
recibirá cien veces más, y heredará la vida
eterna.”
Cuando uno se pone
al servicio de Dios
y de los demás y se entrega a ellos,
se recibe siempre más
de lo que se da.
No falla. Ésta es
mi experiencia.
El único evangelio
que algunos leerán en toda su vida
será el que vean y lean en nuestra vida.
Le pedimos hoy a
Nuestra Madre del Cielo
que nos ayude a “soltar” cuanto nos aparta de su Hijo
Jesucristo.
Te hago sitio, mi
Dios.
Tú eres mi
riqueza.
Señor, aquí está
mi vida, tuya soy;
haz de ella un canal que deje pasar tu vida y tu amor a los
hermanos.
“Dios todo lo
puede en ti”.
Por eso, la única frase que no debe decir nunca un creyente es:
“No puedo”.
Sino
“todo lo puedo en aquel que me conforta”.
María, llévanos a
vivir por Amor y para Amar.
¿Qué nos pide hoy el Señor?
¿Qué estamos dispuestos a darle?
¿Qué esperamos hoy de Él’
Miremos a nuestro corazón.
El corazón no miente.
Es nuestra verdad.
La llamada del todo
Hay que dejarlo todo
en el seguimiento a Jesús.
Primero se dejan las cosas:
lo que se recibe heredado
y viene grapado al apellido,
lo que es fruto del trabajo
y lleva nuestra huella.
También hay que dejarse
a sí mismo: los propios miedos,
con su parálisis
y los propios saberes,
con sus rutas ya trazadas.
Después hay que entregar
las llaves del futuro,
acoger lo que nos ofrece
el Señor de la historia
y avanzar en diálogo
de libertades encontradas
mutuamente para siempre,
que se unifican en un único paso
en la nueva puntada de tejido.
(Benjamín González Buelta sj)
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