Esforzáos
y se
sentarán a la mesa en el Reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros
y
primeros que serán últimos."
(Lc 13,22-30)
La universalidad de la oferta de Dios está probada.
Dios quiere que todos le conozcamos
y vivamos en abundancia.
La respuesta a su oferta es personal.
No basta la generalidad del deseo.
Hace falta activar la libertad personal
de quien se decide a
nacer a través de la estrechez.
Sólo cabe lo esencial: el amor.
Jesús nos exhorta a entrar por la puerta estrecha,
lo que
significa seguirle en el amor,
como hacen los que sufren por la fe,
pero siguen
rezando y amando,
respondiendo al mal con el bien
y encontrando la fuerza para
perdonar.
pero que exige el
esfuerzo de acogerla.
Requiere vivir entrando por la puerta estrecha:
la de las
dificultades en la vida,
la de los conflictos personales,
la de las
frustraciones y los miedos,
la de la debilidad y la gracia.
Jesús invierte valores vigentes
en la sociedad de entonces y
de ahora.
Eso es duro, es entrar por la “puerta estrecha”.
La amplia es la del aplauso, las satisfacciones inmediatas,
la ausencia de dificultad, la negación del dolor,
la ausencia de compasión por
quien sufre...
La cruz es la «puerta estrecha», siempre abierta,
donde se
nos ofrece la posibilidad de experimentar
el amor y la misericordia de Dios;
el
camino seguro para acceder al banquete del Reino.
Ama
No, no te arrepientas
de amar
contra viento y marea,
contra prudencia y cálculo,
contra seguridad y egoísmo.
Como Dios mismo, ama.
Si abrazas, no encadenes,
si reprendes, no destruyas.
No escatimes el tiempo,
la ternura o las lágrimas.
No aprisiones los recuerdos,
no embrides las historias.
Con libertad y afecto, ama.
Con incertidumbre y compromiso.
Con el corazón en carne viva
y las manos abiertas.
Con la fecundidad de quien
engendra esperanza
en silencios, canciones y versos.
Aunque tu amor sea imperfecto, ama.
Es mejor intentarlo
que endurecer la entraña
para no arriesgarlo todo.
(José María Rodríguez Olaizola, sj)
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