Sigue amando

 


 “Pedro suplicó: ‘Daré mi vida por ti’.
 Jesús le contestó: ‘¿Conque darás tu vida por mí?’ 
 (Jn 13,37-38).

Jesús da testimonio: uno de vosotros me va a entregar. Uno de los que está allí sentado, en la misma mesa. Uno que come el pan que Jesús le da. Judas come y entra en él Satanás. Sale de allí. Era de noche. La oscuridad de la lejanía de Dios. Ida sin retorno

Judas era la persona de mayor confianza de Jesús (llevaba el dinero) y, al sentirse defraudado, lo traicionó. ¡Cuántas veces los amigos se traicionan al sentirse defraudados! Amar, perdonar.

Él siempre da una oportunidad de cambio, de empezar de nuevo, de seguir a su lado, de levantarse de una caída. Se la da a Judas ante la traición, moján juntos en pan. Se la anuncia a Pedro ante su negación en la dificultad.

La noche es oscura, pero Jesús sigue amando.

Jesús es consciente de la fragilidad de Pedro. Sabe que le va a negar. Que el miedo y el querer salvar su vida le hizo romper con su historia de amistad. Pero la negación de Jesús no le aleja de su corazón. La misericordia queda expresada en su frase: "Perdónales porque no saben lo que hacen".

A pesar de nuestras infidelidades, Jesús nos llama a la unidad, a la comunión, que nace de sentirnos abrazados por el amor divino, que es único.

La inminente pasión de Cristo descubre lo que hay en el corazón de sus discípulos. Y también hoy, ante la cruz, salen a la luz nuestros pecados y debilidades, nuestros miedos y apegos, nuestras idolatrías y caprichos, nuestras falsas seguridades...

 

Detente un momento: ¿dónde están tus traiciones del día a día? ¿De verdad es sincera tu fe?

Días para revivir el Misterio de la salvación. Para contemplar al creador derramando misericordia sobre sus criaturas; al Inocente cargando con todas las culpas. Tiempo para entender que la muerte no es el final, no tiene la última palabra; tiempo para mirar la Cruz y abrazarla.

Te alabamos, Padre, 
en esta hora del amor traicionado. 
Concédenos, con la fuerza del Espíritu, 
que sigamos a Jesús en todo circunstancia. 
Juntos andemos, Señor.
Señor, no me gusta ser débil. 
No me gusta tener una salud quebradiza. 
No me gusta equivocarme. 
No quiero depender de nada, de nadie. 
Tampoco me gusta depender de ti, Señor. 
Lo reconozco. 
Pienso que todo habría sido mejor sin los defectos y faltas que me avergüenzan.


Tú, sin embargo, Señor, amas mi debilidad, 
me pides que te ofrezca mi debilidad. 
Me llamas a mí, con mi amor propio, 
mi orgullo, mi ímpetu dominador, 
mi corazón dividido, mi ansiedad, 
mi necesidad de relación, mi sensibilidad 
que me produce tantos rompimientos de cabeza, mi cansancio, mi perfeccionismo, mi coraje... Me quieres como soy.


Ayúdame a comprender 
que en mi herida está mi don; 
en mi pecado, tu misericordia; 
en mi pobreza, tu riqueza; 
en mi tentación, tu Espíritu; 
en mi sufrimiento,la fuente de la sabiduría; en mi dolor, 
la capacidad de comprender a los demás.


Señor, aunque me cueste, 
quiero apoyar mi vida no en mi fuerza, 
sino en la tuya; 
y te ofrezco mi debilidad 
como mediación amorosa 
para que puedas hacerte presente 
en la vida de los que me rodean, 
de los que más me necesitan. 
Oración inspirada en un texto de Ángel Moreno de Buenafuente
 


 

 

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