Un nuevo culto

 


"Os voy a hacer una pregunta: 

¿Qué está permitido en sábado?, 

¿hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?" 

(Lc 6,5-11)

 

Necesitamos responder a esta pregunta de Jesús.

Sin duda, salvar, curar, liberar, sanar, levantar, elevar, bendecir, confiar, dar la mano, tender puentes, hacer el bien, conversar, dialogar siempre, en toda ocasión.

El bien.

Si nuestra fe no se concreta en actos de amor, entonces no es la fe en el Dios de Jesús.

Sino invertimos lo mejor de nosotros, con compromiso, con creatividad, buscando la salvación y el bien de los demás, entonces no vemos al otro como hermano.

Que no se endurezca nuestro corazón.

Seamos cada vez más compasivos.

No podemos poner el bien de Dios al margen del bien del hombre:

“Tuve hambre y me disteis de comer”.

“Lo que hicisteis con mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

“Misericordia quiero, y no sacrificio”

No seamos solo espectadores del sufrimiento, meros cronistas de la miseria humana.

Estamos invitados a sanar, a consolar, a aliviar el dolor, a reunir lo disperso, a buscar en lo profundo la unidad en la diversidad.

A armonizar el caos.

A volver al amor y reconciliar la vida.

Una vez más se pone de manifiesto como Cristo consagra toda su vida a los hombres y no a las normas y a las leyes.

De hecho la curación que contemplamos en el evangelio de hoy ocurre dentro de la sinagoga y en medio de un culto caduco y rancio que no es capaz de dar vida y esperanza a los hombres.


Es Jesús quien coloca en el centro de la sinagoga a este hombre paralizado y le hace recobrar el uso de su mano derecha, es decir, de sus facultades de acción.

Es en el centro de la vida donde tenemos que poner al hermano, al prójimo, y hacer el bien que está por encima de la ley, por encima de la norma.

Este es el nuevo culto que ha inaugurado Cristo: que el hombre tenga vida y vida en abundancia.

Dios salva: ése es su nombre, y no habrá nada que ponga trabas a esta buena nueva.

Este es el deseo de Cristo: una Iglesia donde el amor y la comprensión están por encima de la ley y el cumplimiento.

Danos, Señor, esa delicadeza para estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos.
Ayúdanos a comprender las penas ocultas.
Haz que comprendamos lo que tú nos pides cuando nos pides algo.


 

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