¡Seamos luz!
La luz tiene como meta iluminar. Si se esconde o se tapa no responde a su fin. Nuestra vida está llamada a ser luz. Iluminar las realidades oscuras de nuestro mundo. Con respeto, paciencia y cariño. Sin deslumbramientos fundamentalistas, radicales ni impositivos.
De la palabra de Dios como semilla pasamos ahora a verla como luz. La luz es una característica del mensaje de Jesús, su palabra ilumina el camino hacia Dios y nos invita a ser luz para los demás.
Jesús nos llama luz del mundo. Para que viendo nuestras vidas, las personas, puedan dar gloria a Dios. La luz y la gloria son la alegría, la expresión compartida de unas vidas llenas repletas de amor. No se puede ocultar una vida abundante de razones para amar.
Ser luz para iluminar y mostrar caminos. La luz da la posibilidad de reconocer al otro, para que deje de 'ser una sombra', para llamarle por el nombre, para que deje de ser algo y pase a ser alguien.
Jesús nos habla de la necesidad de iluminar y de la
necesidad de encender la lámpara. El discípulo no alumbra con su propia luz,
sino con la única luz que viene de Cristo. Cada día necesitamos encender
nuestra lámpara con la luz de Cristo, con su Palabra. Es su luz y no la mía la
que ilumina al mundo.
Hay que iluminar pero no sólo de palabra sino con la vida. Iluminamos cuando mi
vida refleja, lo menos lejos posible, el modo de ser, de pensar y de hablar de
Jesús.
Alumbrar: iluminar, dar vida. ¡No esconda tu luz! ¡Seamos luz!
Miremos a María, ninguna otra criatura ha sido ese candil
que ilumina con la luz de Cristo a toda la humanidad. A cada hombre.
Un mar de fueguitos
Un hombre del
pueblo de Neguá, en la costa de Colombia,
pudo subir al alto cielo.
Y a la vuelta, contó.
Dijo que había contemplado, desde allá arriba,
la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
El mundo es eso –reveló–.
Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos
y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno que ni se entera del viento,
y gente de fuego loco que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman;
pero otros, otros arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca, se enciende.
Eduardo Galeano (El libro de los abrazos)
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