«¿Porque me has visto has creído?
Bienaventurados los que crean sin haber visto»
(Jn 20, 24-29)
Tomás se parece a nosotros, es cercano a Jesús, le ha conocido... tiene dudas, no es del todo fiel. Todo cambia con un encuentro personal. Dejemos que se produzca, dejemos que Él nos llame y nos transforme.
La alegría de creer, el canto, la gratitud, la alabanza, brotan de un corazón orante tocado y abrasado por el amor de Dios. Tratar a solas con Él, escuchar y rumiar su Palabra, mirarle y sabernos mirados con misericordia infinita, nos inunda de gozo. ¡Señor mío y Dios mío!
Las relaciones humanas deberían basarse en la confianza recíproca. Ser claros, sinceros, transparentes. Sin miedo, sin mentiras, sin ases ocultos en la manga, sin segundas intenciones. Ser así requiere valor. Jesús es luz que penetra las almas y amor que vence todos los miedos.
Señor, como a Tomás me pides una fe viva. Una actitud activa, un corazón abierto, una vida mantenida siempre en pie de lucha, perseverante y fiel, aun en medio de las dificultades. Aquí estoy Señor, cuenta conmigo para colaborar en la nueva evangelización.
Como Tomás…también dudo y pido pruebas.
También creo en lo que veo.
Quiero gestos. Tengo miedo.
Solicito garantías.
Pongo mucha cabeza y poco corazón.
Pregunto, aunque el corazón me dice: “Él vive”
No me lanzo al camino sin saber a dónde va.
Quítame el miedo y el cálculo.
Quítame la zozobra y la lógica.
Quítame el gesto y la exigencia.
Dame tu espíritu, y que al descubrirte,
en el rostro y el hermano,
susurre, ya convertido:
“Señor mío y Dios mío”.
José Mª Rodríguez Olaizola, sj
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