« No se le dará más signo que el del profeta Jonás» (Mt 12, 38-42)
La fe no entiende de pruebas ni demostraciones.
Nos capacita para soportar las dudas, incertidumbres,
inseguridades, pero no da certezas ni seguridades.
La fe es una aventura que nos hace vivir el riesgo de una vida que no podemos controlar, pero si gastar.
El misterio pascual de Jesucristo –su muerte y su resurrección– es el signo que este mundo, incluso sin saberlo, necesita y espera: un amor que destruye el pecado y la muerte, un amor que sacia nuestros deseos y anhelos más profundos.
Alto y glorioso Dios:
ilumina las tinieblas de mi corazón,
dame una fe recta,
esperanza cierta,
caridad perfecta
y humildad profunda.
Dame, Señor,
comprensión y discernimiento
para cumplir
tu verdadera y santa voluntad.
Amén.
(San Francisco de Asís)
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