¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios?
(Mt 8, 28-34).
Jesús elige salvar a la persona, los endemoniados se convierten en hombres nuevos, sin el tormento del mal. Los toca, los escucha, los protege, los cuida, los acepta, los devuelve a la comunidad.
El mal se manifiesta de formas diversas. Es visible en los endemoniados furiosos, que alejan a la gente, pero que salen al encuentro de Jesús. Pero es más peligroso, el mal encubierto de los porquerizos, que provocan que el pueblo se aleje de Jesús.
¿Qué hacemos cuando todo va mal, cuando el mundo se nos trastoca, cuando la realidad nos pesa? ¿En quién o en qué ponemos nuestra confianza? A veces, esas preguntas transforman nuestra vida. ¡Vívelas!
Buscar el bien y no el mal es la clave para caminar por la vida. Ayudar al hermano necesitado, cuidar de este mundo que es la casa común que Dios nos ha regalado a todos, abrir las puertas de mi casa y mi corazón para escuchar y acoger al que viene cansado y agobiado... Amar
Jesús no es propiedad de unos pocos privilegiados; cruza toda orilla y va al encuentro de todos los que están muertos en vida. No pienses mal de la Iglesia ni la reduzcas a los que piensan y sienten como tú. La Iglesia es misionera de todos los pueblos.
¡Cómo eres Dios mío! Estás en los que casi no son nada
Gracias, Jesús
Tú eres el Hijo de Dios que te hiciste hermano y amigo nuestro.
Gracias, Jesús porque me quieres.
Tú viniste a enseñarnos el camino del cielo
Tú viniste a salvarnos del pecado y de la muerte.
Tú viniste a decirnos que Dios es un Padre que nos ama.
Tú viniste a enseñarnos a construir un mundo mas digno del hombre.
Tú viniste a animarnos y hadarnos fuerza para ser mejores.’
Tú viniste a consolarnos en nuestras tristezas y a traer alegría a
nuestra vida.
Tú viniste a enseñarnos como amarnos y perdonarnos unos a otros.
Padre Dios, Tu nos amaste tanto que nos enviaste a Jesús, tu propio
Hijo, para salvarnos; ayúdanos a escuchar y cumplir siempre lo que Él nos dice.
Te lo pedimos por el mismo Cristo Jesús.
Amén.
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