Unidos en la fe con Pedro y Pablo
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”
(Mt 16, 16)
Jesús declara dichoso a Pedro porque el Padre le ha
revelado el misterio de reconocerle como Mesías y como Hijo de Dios.
Le confía
la misión de ser la roca sobre la que se asentará su Iglesia, reunida en torno
a los discípulos.
Tú eres mi Señor, mi fe se apoya en tu Palabra de
Vida.
Hoy celebramos a san Pedro y san Pablo, apóstoles
Ni Pedro ni Pablo iban para héroes.
Ni Pedro ni Pablo iban para héroes.
Pablo podía llegar, como
discípulo de Gamaliel, a ser un buen rabino, de cierta
claridad doctrinal y eficaz en la lucha contra la nueva secta de
los discípulos de Jesús.
Pedro era un hombre sencillo,
experto en la pesca en el lago de Galilea, un mar de agua dulce
que daba para vivir.
Hasta que Jesús se cruzó en su camino.
Llamó a Simón
para que lo siguiera y estuviera con él, y lo eligió para
que sobre la piedra de Pedro fuera edificada su Iglesia.
A
Pablo lo llamó fuera de plazo, el último de los apóstoles, para
que pasara de perseguir la fe a extenderla entre los que no
habían oído hablar nunca de ella.
Ambos tienen sus debilidades.
Ambos tienen sus debilidades.
Los evangelios no han
disimulado los choques de Pedro con Jesús ni las negaciones en
el patio del pretorio.
Y el libro de los Hechos nos
muestra el difícil proceso que vivió Pablo hasta asumir que el
mensaje del evangelio, rechazado por los judíos, tenía que ser
predicado con toda libertad a los paganos.
Sus martirios coronan dos vidas de entrega creciente a la misión encomendada por Jesús.
Sus martirios coronan dos vidas de entrega creciente a la misión encomendada por Jesús.
Ellos son columnas de la Iglesia y
ejemplo para todos los cristianos.
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