Un camino de santidad





“Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados” 
(Mt 5,6).   


Jesús, desde un monte, proclama la oración del abrazo. 
La experiencia de Dios es una experiencia gozosa y vivificante para todos. 
Donde está Jesús la ternura y la compasión de Dios se abren camino. 
Hay personas en las se nota enseguida su sed de justicia, su dolor hondo por tanta desigualdad. 
Si hoy las encuentras alégrate, porque has encontrado un tesoro.   


La bienaventuranza, la felicidad y la dicha, no van a ser el resultado de la riqueza, el poder, la violencia, la superioridad y el gozo del aplauso y la estima
Nada de eso. 
Será todo lo contrario: en la medida en que se busca todo eso para los otros, así es como el ser humano se dignifica y goza de sus apetencias más nobles y profundas.  

Una vida, dedicada a semejante tarea, es la puesta en práctica del proyecto de vida de Jesús.


Las bienaventuranzas son un plan de vida.

El sermón de la montaña, marca el camino de la santidad para todo el mundo. 

El cristiano se pone manos a la obra para que en este mundo cada día sean menos los que lloren y menos los que sufran por la injusticia. 
Por más que trabajemos, difícilmente recibiremos recompensa. 
La recompensa la esperamos de Dios. 
Quien trabaja por los hermanos siempre encuentra escollos e incomprensión. 
Sucede ahora y sucedía en tiempos de Jesús.

- Señor, que las bienaventuranzas sean mi criterio de vida.


Jesús, tú descubres la sed y abrazas al sediento. 
Te gozas que Dios sea tan generoso con los que buscan justicia. 
Me da alegría ir contigo




Jesús, gracias por mostrarnos, con tu palabra y tu vida, el camino de la bienaventuranza, de la felicidad más grande.
Gracias por recorrer el camino de la pobreza. 
Fuiste pobre, pobre material y el pobre de espíritu. 
Naciste pobre, fuiste reconocido y seguido por los pobres, viviste como un trabajador, no tuviste donde reclinar la cabeza, moriste sin nada y tu corazón está abierto en plenitud al Padre.

Gracias por recorrer el camino de la mansedumbre. 
Tu dulzura cautivaba a tus amigos y tu fortaleza aterraba a tus enemigos. 
Tu dulzura atraía a los niños y tu seriedad desconcertaba a Pilato y Herodes. 
Los enfermos te buscaban, los pecadores se sentían perdonados sólo con verte. 
Consolabas a los que sufrían, perdonabas a los que te crucificaban. 
Sólo el demonio y los hipócritas te temían. 
Fuiste la misma mansedumbre, es decir: una fortaleza que se expresa dulcemente.

Gracias por recorrer el camino de las lágrimas. 
Pero no las malgastaste en llantos inútiles. 
Lloraste por Jerusalén, por la dureza de quienes no sabían comprender el don de Dios que estaba entre ellos. 
Lloraste después lágrimas de sangre en Getsemaní, por los pecados de todos los hombres. 
Entendiste mejor que nadie que alguien tenía que morir para que el Amor fuera amado.

Gracias por recorrer el camino de la justicia. 
Tuviste hambre de justicia, sed de la gloria del Padre. 
Te olvidabas incluso de tu hambre material cuando experimentabas el hambre de esa otra comida que era la voluntad del Padre. 
En la cruz gritaste de sed. 
Y no de agua o vinagre.

Gracias por recorrer el camino de la misericordia. 
Toda tu vida fue un despliegue de misericordia. 
Tú eres el padre del hijo pródigo y el pastor angustiado por la oveja perdida. 
Todos tus milagros brotaban de la misericordia. 
Tu alma se rompía cuando te encontrabas con aquellas multitudes que vivían como ovejas sin pastor.

Gracias por enseñarnos y recorrer el camino de la pureza. 
Tu corazón era tan limpio que ni tus propios enemigos encontraban mancha en ti. 
Eres la pureza y la verdad encarnadas. 
Eres el Camino, la Verdad y la Vida. 
Por eso eres verdaderamente el Hijo de Dios.

Gracias por recorrer el camino de la Paz. 
Eres la paz. 
Viniste a traer la paz a la humanidad, a reparar la grieta belicosa que había entre la humanidad y Dios. 
Los ángeles gritaron «paz» cuando naciste, y fuiste efectivamente paz para todos. 
Al despedirte dijiste: 
«La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 17, 27).

Gracias por recorrer el camino de la cruz. 
Fuiste perseguido por causa de la justicia y por la justicia inmolado. 
Fuiste demasiado sincero, demasiado honesto para que tus contemporáneos pudieran soportarte. 
Y moriste.

Y, porque fuiste pobre, manso, limpio y misericordioso, y porque lloraste y tuviste hambre de justicia, porque sembraste la paz y fuiste perseguido, por todo ello, en Ti se inauguró el reino de Dios. Por eso, más allá de la cruz y la sangre, en tu rostro y en tu vida brilló la luz de la verdadera alegría, de la bienaventuranza.
Danos fuerza para avanzar con decisión, entrega y esperanza por el camino que tú recorriste.

Adaptación de un texto de José Luis Martín Descalzo.


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