Señor, que tu Palabra sea luz para mis pasos.
“Mis ojos han
visto a tu Salvador”
(Lc 2, 30)
Cuarenta días después de Navidad, celebramos la fiesta de la
Presentación del Señor en el templo de Jerusalén para cumplir la ley.
Después
de la adoración de los pastores, la visita de los magos y todo lo vivido, José
y María no tienen reparo alguno en «cumplir la Ley».
No se consideran
exentos.
A veces a los cristianos nos cuesta ser plenamente humanos. Buscamos
atajos o simplemente nos consideramos libres tanto de los que nos define como
cristianos como de lo que se nos exige como ciudadanos.
- Señor, que tu Palabra sea luz para mis pasos.
Va entre los
pobres para llenar de gozo sus vidas.
Jesús, hombre como nosotros, se somete a una
ceremonia propia de todos los israelitas: consagrar los hijos a Dios.
El
Niño Jesús es el Señor, luz para todos, por eso la «fiesta de la
Candelaria».
Impulsados y habitados por el Espíritu Santo, llegaron
también al templo dos ancianos llenos de esperanza en el corazón: Simeón y Ana,
conocieron al Salvador y cantaron llenos de alegría la llegada de la Luz a la
vida de la humanidad.
«A Simeón, el
Espíritu Santo le reveló que no moriría sin haber visto al Salvador.
¡Cómo querría
yo tener tal seguridad!
Ver a Jesús antes de morir con los ojos de la fe. (Un monje de la Iglesia de Oriente).
En esta fiesta
de la luz déjate iluminar por la Palabra de Dios y se testigo de la nueva vida
que Jesús te regala.
Señor, dame un
corazón humilde y confiado,
como el de Simeón y Ana, como el de María.
Ellos no tenían nada y, precisamente por eso,
se acercaban a Ti, ponían toda su confianza en Ti,
observaban la ley, cumplían tu voluntad.
No deseaban otra cosa que encontrarse contigo;
tenían un corazón limpio y una mirada transparente,
capaz de reconocerte en un recién nacido,
Señor, líbrame de la idolatría de las riquezas.
Ayúdame a compartir con generosidad lo que tengo,
No dejes que tenga otro Dios fuera de Ti.
No permitas que me apoye demasiado en las personas,
tampoco en mis propias fuerzas.
Qué sólo confíe plenamente en Ti, Señor.
Dame sabiduría y fuerza para ser pobre y libre,
purifica mi corazón de todo deseo que me aparte de Ti,
para estar abierto del todo a la plenitud de tu Amor.
como el de Simeón y Ana, como el de María.
Ellos no tenían nada y, precisamente por eso,
se acercaban a Ti, ponían toda su confianza en Ti,
observaban la ley, cumplían tu voluntad.
No deseaban otra cosa que encontrarse contigo;
tenían un corazón limpio y una mirada transparente,
capaz de reconocerte en un recién nacido,
Señor, líbrame de la idolatría de las riquezas.
Ayúdame a compartir con generosidad lo que tengo,
No dejes que tenga otro Dios fuera de Ti.
No permitas que me apoye demasiado en las personas,
tampoco en mis propias fuerzas.
Qué sólo confíe plenamente en Ti, Señor.
Dame sabiduría y fuerza para ser pobre y libre,
purifica mi corazón de todo deseo que me aparte de Ti,
para estar abierto del todo a la plenitud de tu Amor.
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