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«Tomó la decisión de ir a Jerusalén»
 
 (Lc 9,51-56).  

En ocasiones en la vida debemos ser capaces de afrontar situaciones nuevas que no siempre son fáciles, pero que se hacen necesarias a la hora de llevar a cabo nuestra misión. Sólo desde la confianza en Él seremos.


Jesús, el Siervo del Amor, está decidido a ir a Jerusalén, donde le espera la cruz. Quiere que el Plan del Padre se cumpla plenamente en él, a través de su Pascua. Aprende de Jesús que en el camino encuentra hostilidad y rechazo por parte de unos y expectativas de un mesianismo espectacular y poderoso por parte de otros. Su actitud es siempre de misericordia y no destrucción. Su confianza está en el Padre, en Él se abandona totalmente.


Señor danos tu Espíritu de amor, 
para que curemos el egoísmo con generosidad, 
venzamos la mentira con la verdad, 
ganemos al orgullo con humildad
y superemos la guerra con la paz
Cúrame, Señor, con tu mirada.
Solo así podré perdonar con mi mirada. 
Quiero ir contigo, Jesús. 
Hazme instrumento de tu paz. 
Que donde haya discordia siembre yo el amor.


“Vivir de amor es permanecer en calma

en medio de la mar aborrascada mientras Jesús duerme.
No temas, ¡oh Señor!, que te despierte,
espero en paz la orilla de los cielos…” (Santa Teresita).

 

Es la decisión de llevar a cabo su misión. Jesús no vivía a la deriva, dejándose llevar por presiones de los demás. Él es quien toma la decisión. Nada más  emprender el viaje, les cierran las puertas en las aldeas de Samaria.  Ante el rechazo la reacción instintiva es pedir a Dios «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».


Buscar la justicia divina desde la venganza. Los discípulos no son capaces de vivir el fracaso. En un pueblo de Samaria, Jesús y sus apóstoles son rechazados, y su reacción es venganza. Proporcionalidad entre el maltrato recibido y el deseo de responder con la misma moneda: acabar con ellos. Ojo por ojo, diente por diente. No entendían lo del amor al enemigo. Jesús les regaña y les invita a seguir el camino. Aprendamos a encajar derrotas, fracasos, soledades, pero que nunca, nadie, nos corrompa nuestro deseo de ser amor para los demás. Dios tiene sus caminos. Llega a Jerusalén, a la cruz, para mostrar dónde está la gloria. Nos invita a dejarnos en su misericordia.
 
¿Y yo, ¿quiero acabar con mis "enemigos"?  
Ayúdame a tener una mirada como la tuya, 
a no dejarme llevar por mis juicios interesados,
 a ver el lado bueno de las personas, 
a ser persona y no jugar a ser juez.
 

 


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