El samaritano
La pregunta del maestro de la ley «¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» tiene una respuesta contundente: la vida eterna es un don que descubrimos cuando nos hacemos prójimos de los demás. Somos solidarios y cuidamos en sus necesidades. Nos hacemos samaritanos, misericordiosos.
Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, acaso cabe mayor explicación, lo uno sin lo otro es algo vacío, sin sentido en la vida pues si amamos es porque hemos recibido el amor y no podemos esconderlo.
"Al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó." Jesús dice claramente en esta parábola que todo ser humano, que se aproxima con amor hacia las personas necesitadas, es el verdadero prójimo aunque sea un extranjero. Fíjate que el que tiene el secreto de la vida eterna es una persona que siente lástima, tiene un corazón compasivo y expresa su amor con gestos llenos de ternura y de amor misericordioso.
Practicar la misericordia no está al alcance de todos. Requiere un corazón profundamente humano, capaz de amar el estilo de Dios. Ser buenos samaritanos no sólo exige empatizar con el dolor ajeno, sino comprometerse en su solución, incluso más allá del momento presente.
El samaritano es prójimo, decide cambiar su camino, quedarse. Lo mira con compasión, con ternura. Tiene un montón de gestos con el herido. Decisiones, miradas, acciones... esto nos convierte en prójimos de los otros. Practicó la misericordia. El samaritano descubre que su vida ya no puede ser la misma, cambió su camino y su proyecto de vida, dice que volverá para saber del herido y ayudar al posadero.
Ver, sentir compasión, acercarse, cuidar, son verbos que traducen a Dios. No ver, no oír, no cuidar, ser indiferentes e impasibles a las necesidades del otro, son actitudes que encierran la vida y la matan. El prójimo es toda persona que se acerca a nuestra vida. Es un inicio, es una nueva oportunidad el encuentro con cada persona que la vida nos ofrece. Acojámosla.
Samaritano
¿Qué viste, samaritano,
para detener tu marcha?
¿No llevabas prisa,
como tantos
que, antes que tú,
pasaron de largo?
¿Nadie te esperaba en casa?
¿Es que ya conocías
al hombre del camino?
Si fuera tu hermano,
tu vecino, tu amigo,
tu generosidad
tendría más sentido.
Pero, ¿por qué cargar
con un extraño?
¡Qué ganas de complicarte el día!
¿No sabes que siempre hay caídos,
y si abres la puerta
no te dejarán cerrarla?
¿Por qué lo hiciste?
¿Por qué lo haces?
Samaritano imprudente,
¿por qué me amenazas
con tu compasión,
que descubre
todas mis resistencias?
(José María R. Olaizola, SJ)
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