La mayor y más decisiva experiencia del creyente es sentir, cada día, que no camina en tinieblas, pues Jesús, el Señor, es la luz. Seguirle a Él es seguir a quien es la luz y la vida. Obstinarse en caminar en la oscuridad suele producir no pocos accidentes y el alejarse de la luz. Que su luz nos guíe por todas las sendas de la vida y que nos alumbre cuando nuestros caminos se oscurezcan.
A nadie le gusta andar en la oscuridad sin saber dónde pone el pie, cuanto menos si él nos ofrece su luz para ver y sobre todo para ser nosotros portadores de la luz con el testimonio de la vida que tratamos de unir a la voluntad del que nos ha enviado.
Jesús es la luz del mundo. La auténtica, la verdadera, la que disipa oscuridades. La luz que descubre la tiniebla de la mentira, del engaño, la falacia y la hipocresía. La que ilumina la mediocridad, la tibieza y los miedos. La que da fuerza, sentido y esperanza.
La luz que Él nos da, hará que le descubramos como el camino que queremos seguir. Vamos donde Él nos proponga, respondiendo a la llamada que nos hace.
Y déjanos sentir el fuego de tu amor en el corazón.
Él es la Luz del mundo, no busquemos a otro que dé sentido a nuestro camino, a nuestra vida, a lo que somos.
Dejemos que nos guíe, que nos marque el camino, que nos vaya proponiendo encuentros. Si Él nos guía encontraremos el sentido de la vida, sabremos dónde vamos. Vamos a su encuentro. Buscamos sus huellas para ser y estar con Él.
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