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'Las cosas de Dios'

 


«Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, 
y se las has revelado a la gente sencilla» 
(Mt 11, 25-27)

Nada es rebuscado, mal interpretado ni mal intencionado para una persona sencilla. Por eso para ellos es más fácil ver a Dios, entender 'las cosas de Dios'... porque saben escuchar, acoger, entender las cosas como son y se presentan.

 “Hay algo en la humildad que exalta extrañamente el corazón” (San Agustín) y, con los pobres y sencillos, pintan de colores la casa de Dios.

Con la humildad, viene la sabiduría (cf. Prov. 11,2). La verdad se revela a los sencillos.

 

¡Qué alegría la de Jesús! Encuentra gente sencilla que ha entendido las cosas importantes de la vida. 

Estas gentes son para Jesús una presencia alentadora que le anima a entregar la vida en una eucaristía. 

Busca a tu alrededor y encuentra gentes sencillas que han entendido lo que es dar la vida, hacer el bien, ser coherentes con su fe. 

Alégrate.

Te damos gracias porque llenas el espíritu de la gente amable, de la sencilla que abre su corazón mirando un mundo que vence el individualismo, gritando libertad entre los hombres.

Gracias por la vida,
por mi vida,
por tus inspiraciones.
Gracias Señor porque me llamas,
porque me pides
que colabore contigo;
que sea tu instrumento
como papel en blanco,
donde Tú puedas ir escribiendo,
como barro en manos del alfarero
que va tomando forma,
como hombre que sabe escuchar
y está pronto a responder


 

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SAN JOSÉ

Salve, José, amante y tierno padre. Salve, guardián de nuestro Redentor. Esposo fiel de tu bendita Madre y salvador del mismo Salvador. Al buen Jesús pudiste ver sin velo y sobre ti sus miembros reclinó. Al Hacedor de tierra, mar y cielo con cuánto amor le besas y te besó. ¡Oh, qué feliz el nombre de Hijo que dabas! Ninguno fue por Dios tan encumbrado como tú, José. ¡Oh, fiel guardián de nuestro Redentor! Dichoso aquél, José, que tú proteges y el que con fe te invoca en la aflicción, jamás, jamás lo dejas sin amparo y protección. ¡Oh, San José, amante y tierno padre, santo sin par y espejo de virtud! Haznos amar a la divina Virgen y a nuestro Dios y Salvador. “Protege, oh bienaventurado José, protégenos en nuestras tribulaciones. Defiéndenos de las asechanzas del demonio, protégenos con tu patrocinio, y ayúdanos y sostennos con tu auxilio para que podamos santamente vivir, piadosamente morir y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza”. (León XIII)

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