«Señor mío y Dios mío».
"A los ocho días llegó Jesús".
(Jn 20, 19-31).
Cada domingo, la comunidad cristiana se reúne para celebrar la resurrección del
Señor, acercándose de nuevo a su costado, de donde nacen la Iglesia y los
sacramentos, signos de su presencia entre nosotros y fuente eficaz de gracia,
vida y misericordia.
Necesitamos sumergirnos en la revolución de la ternura. Necesitamos crear la
cultura del encuentro. El otro es mi hermano, no mi enemigo, ni mi rival. Compartir la vida, los bienes, no es un peligro, es una
bendición. Sólo nos salvamos juntos. Sólo el amor nos salva. Necesitamos a Jesús más que nunca.
Necesitamos vivir de su presencia viva, recordar sus
criterios y su Espíritu, repensar constantemente su vida, dejarle ser el
inspirador de nuestra acción
Necesitamos la comunidad, la Palabra de Dios, acercarnos a las llagas de
nuestro mundo, escuchar a los testigos, sentarnos a la mesa a compartir el pan,
abrir el corazón, para vivir la dicha, reconocer al resucitado y dar testimonio
de Él.
Acojamos la paz que el Señor Resucitado nos ofrece. Sentiremos cómo poco a poco se pacifican los sentimientos,
se serenan las reacciones, se amansan las agresividades, se dulcifican las
amarguras, se disipan los temores, se pueblan las soledades y la vida se afirma
y plenifica.
El miedo sigue dominando a los discípulos.
Jesús entra en medio de ellos.
Sopla el Espíritu sobre ellos. Les da el don del perdón, la misericordia.
Pero falta Tomás.
Sin comunidad falla la fe.
En ella descubre su ser creyente.
Dichosos somos si creemos, sin ver.
«Resucitado, nos regala el don del Espíritu, que nos re-crea, nos renueva, y hace de nosotros verdaderos testigos y misioneros que salgan a predicar el perdón, la misericordia y la bondad de Dios». Tomás al tocar la humanidad de Cristo se le revela su Divinidad. Buen ejemplo para nosotros: cuando tocamos la humanidad herida del hermano tocamos a Dios mismo que es amor
Hay un «Tomás» dentro de nosotros que pide certezas, que quiere seguridades, que exige ver y tocar, que no confía del todo.
Yo también quiero decir: «Señor mío y Dios mío».
Aumenta mi fe, tantas veces nublada.
Que María, madre de la misericordia, nos ayude durante toda la Pascua a encontrar las semillas del amor de Dios en nuestra vida de cada día.
Consejos al Tomás
que todos llevamos dentro
Tocar para ver. Ver
para creer.
Enrocarte en la
sospecha,
en garantías y
cautelas.
Pensar mal, y
acertar.
¿De verdad quieres
ese camino?
Tú, de la gente,
piensa bien,
y acertarás,
aunque te
equivoques.
Tú elige creer para
ver.
Creer en el amor,
que es posible,
aunque a veces
se haga el
escurridizo.
Creer en el vecino,
que es persona,
y siente, come, ríe
y pelea,
como tú, con sus
razones y sus errores.
Creer en el futuro,
que será mejor
cuanto mejor lo
hagamos.
Creer en la
humanidad,
capaz de grandes
desatinos,
pero también de
enormes logros.
Creer en la
belleza, individual,
única, que se sale
de los cánones
y se encuentra en
cada persona.
Creer en las
heridas de Dios,
nacidas de su
pasión por nosotros.
Entonces verás,
con el corazón
desbocado
por la sorpresa y
el júbilo,
al Señor nuestro
y Dios nuestro
que se planta en
medio,
cuando menos te lo
esperas.
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