Cuida el corazón
“De lo que rebosa
el corazón
habla la boca”
(Lc 6, 39-45)
A menudo los defectos que no soportamos en los demás
tienen algo que enseñarnos sobre nosotros mismos.
Hay lecciones que aprender en cada resistencia que
encontramos al amor incondicional.
El corazón, a veces endurecido, puede abrirse poco a poco
a la misericordia.
Llenar el corazón de bondad para hacer el bien
Cuida el corazón.
No dejes que aniden en él el odio, el rencor, la
tristeza, la amargura...
Acude una y otra vez a la fuente de la misericordia de
Dios, que puede llenarte cada día de amor, de alegría, de ternura.
Bendice a cada paso.
El corazón es el motor de la vida espiritual y ha de
mantenerse siempre sano, en sintonía y unión con la voluntad de Dios y en solidaridad
de amor para con los semejantes
Los que atesoran bondad, los árboles buenos, los de
corazón grande los que tienen luz y la convierten en palabra oportuna, los
rebosantes de lo bello y lo bueno....
Desde pequeños, nos insisten en que tenemos que ser
buenos, portarnos bien, no dañar a los demás…
Sólo desde la bondad del corazón podremos conseguir una
sociedad buena.
Merece la pena.
Antes de fijarnos en los defectos de los demás, hemos de
fijarnos en los nuestros.
Por supuesto, esto no exime de corregir a los demás, pero
siempre para construir y no para destruir.
No podrá corregir defectos ajenos quien antes no ha
descubierto los propios.
Sólo entonces podrá crecer y llegar a ser maestro para
guiar a otros.
Sólo entonces sus palabras serán creíbles y sus consejos
aceptados.
No hay nada como gozar de la vida al lado de la gente
humilde y sencilla.
Los bienaventurados que viven con lo elemental, se miran
a los ojos sin temor, se hablan con sentido del humor, se ofrecen lo que
tienen, y cantan y bailan, sin dejar de tener al buen Dios en su corazón.
¿A quién iremos?
¿A dónde orientaremos nuestro corazón?
¿Quién dará sentido a este corazón nuestro, quejumbroso,
escurridizo?
¿Quién le convencerá de sus decisiones y caminos
estériles?
¿Quién le tocará con pasión y hondura?
¿Quién le hará sentirse amado?
Oh, Señor, sólo Tú.
Ilumina, Señor,
mi entendimiento y mi corazón,
con la luz de tu Verdad y de tu Amor,
para que yo me haga cada día más sensible al mal que hay en mí,
y que se esconde de mil maneras distintas, para que no lo descubra.
Sensible a la injusticia que me aleja de Ti y de tu bondad
para con todos los hombres y mujeres del mundo.
Sensible a los odios y rencores
que me separan de aquellos a quienes debería amar y servir.
Sensible a la mentira, a la hipocresía, a la envidia, al orgullo,
a la idolatría, a la impureza, a la desconfianza,
para que pueda rechazarlos con todas mis fuerzas
y sacarlos de mi vida y de mi obrar.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón,
para que yo me haga cada día más sencillo,
más sincero, más justo, más servicial,
más amable en mis palabras y en mis acciones.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón,
para que Tú seas cada día con más fuerza,
el dueño de mis pensamientos, de mis palabras y de mis actos;
para que todo en mi vida gire en torno a Ti;
para que todo en mi vida sea reflejo de tu amor infinito,
de tu bondad infinita,
de tu misericordia y tu compasión.
Dame, Señor, la gracia de la conversión sincera y constante.
Dame, Señor, la gracia de mantenerme unido a Ti siempre,
hasta el último instante de mi vida en el mundo,
para luego resucitar Contigo a la Vida eterna. Amén.
con la luz de tu Verdad y de tu Amor,
para que yo me haga cada día más sensible al mal que hay en mí,
y que se esconde de mil maneras distintas, para que no lo descubra.
Sensible a la injusticia que me aleja de Ti y de tu bondad
para con todos los hombres y mujeres del mundo.
Sensible a los odios y rencores
que me separan de aquellos a quienes debería amar y servir.
Sensible a la mentira, a la hipocresía, a la envidia, al orgullo,
a la idolatría, a la impureza, a la desconfianza,
para que pueda rechazarlos con todas mis fuerzas
y sacarlos de mi vida y de mi obrar.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón,
para que yo me haga cada día más sencillo,
más sincero, más justo, más servicial,
más amable en mis palabras y en mis acciones.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón,
para que Tú seas cada día con más fuerza,
el dueño de mis pensamientos, de mis palabras y de mis actos;
para que todo en mi vida gire en torno a Ti;
para que todo en mi vida sea reflejo de tu amor infinito,
de tu bondad infinita,
de tu misericordia y tu compasión.
Dame, Señor, la gracia de la conversión sincera y constante.
Dame, Señor, la gracia de mantenerme unido a Ti siempre,
hasta el último instante de mi vida en el mundo,
para luego resucitar Contigo a la Vida eterna. Amén.
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