Las apariencias

 

 

“Mi casa será casa de oración 
para todos los pueblos. 
Tened fe en Dios”
(Mc 11, 11-25).

 

"No era tiempo de higos…" Tampoco vale decir es que 'no estoy de buen humor' 'me duele la cabeza'… El santo sabe que si Dios le pide higos (a pesar de los pesares… y aunque no tenga ganas), sabe que si le dice que 'sí', en sus ramas encontrará frutos su Señor

La fe en Cristo conlleva dar frutos de caridad y servicio.

El templo es un lugar de culto que se puede desvirtuar cuando se convierte en un espacio de comercio, búsqueda de intereses, compra- venta de objetos. Su fin es estar abierto a la oración, al encuentro con Dios y los demás. De lo contrario será “cueva de ladrones”.

Toda celebración auténtica, que nada tiene que ver con el comercio de la casa de Dios, nos devuelve a la vida para ser testigos y comprometernos con los hermanos.


MI CASA SE LLAMA CASA DE ORACIÓN.
Y mi oración, ¿es un espacio de encuentro gratuito? Quiero escucharte y hablarte, hablarte sin comerciar contigo, sin ofrecerte algo para que Tú me des otra cosa, sin pretender convencerte para que me hagas caso.

Los humanos, por vulnerables, somos muy dados a espantarnos y sobrecogernos por cualquier circunstancia. Sin embargo, el Señor nos pide confiar en Dios. El alarmismo, tan característico de nuestros días, es incompatible con la fe auténtica, que pone toda su confianza en Dios. El Sagrado Corazón de Jesús, nos dice: ¡CONFÍA!


"Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis."
Todo es cuestión de amar y confiar. No de interés o utilidad. Si convivimos con un Padre que nos cuida, acompaña, providente, mi relación con Él es de seguridad. Le pediré y mi oración no será exigencia, ni condicionará mi amor por Él. Orar no es exigir. Que no se cumpla lo que pido, no es motivo de decepción o tristeza. Orar es vincular y ofrecer mi vida a quien sabemos que nos ama.


«Cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros» . Quizás perdonar sea lo más difícil que nos cueste hacer... Pero también es lo más sanador... El perdón te devuelve la paz, la serenidad, la felicidad... Te devuelve a Dios...

 La oración debe llevarnos al encuentro con los otros y ese encuentro debe venir acompañado por el perdón, con la dificultad que conlleva. El rencor nos aísla y vacía la oración que nos acerca a Dios y al hermano.

La higuera estaba linda, pero no tenía frutos. No seas apariencia. Fíjate cuáles son los frutos en tu vida, manteen la fe en Dios. Transmití ánimo para contagiarla. Que tu testimonio sea el perdón a tu hermano.


No bastan nuestras apariencias, cuando alguien tiene hambre de verdad.
No bastan nuestras apariencias de bondad, cuando alguien tiene hambre de testimonios.
No bastan nuestras apariencias de servicialidad, cando dejamos que sean los demás los que lo hagan todo.
No bastan nuestras apariencias de ser promotores de comunidad, cuando vivimos nuestras vidas “por libre” y nunca estamos con los demás.
No bastan nuestras apariencias de santidad, cuando nuestros corazones están llenos de telarañas.
No bastan nuestras apariencias hablando mucho de caridad, cuando luego nos pasamos el día juzgando y criticando a los demás.
 
Las higueras tienen su tiempo para dar fruto.
Pero nosotros no podemos vivir el Evangelio según las estaciones del año o los grandes momentos litúrgicos.
Dios espera frutos de nosotros todos los días.
Cada día, Dios tiene hambre de nuestra santidad.
Cada día, Dios tiene hambre de nuestra generosidad con los demás.
Cada día, Dios tiene hambre de nuestra servicialidad con todos.
Cada día, Dios tiene hambre de nuestra solidaridad.
 
Porque cada día, la Iglesia y el mundo necesitan de nuestra santidad.
Porque cada día, nuestros hermanos necesitan de nuestra generosidad.
Porque cada día, nuestros hermanos necesitan de nuestra servicialidad.
Porque cada día, nuestros hermanos necesitan de nuestra solidaridad.
Porque cada día, nuestros hermanos necesitan de nuestra alegría.
Porque cada día, el mundo necesita testigos del Evangelio.
 
Las apariencias son una manera de engañar a los demás.
Pero también una manera de engañarnos a nosotros mismos.
Las apariencias pueden ganarnos admiración, pero por dentro nos sentimos vacíos, sentimos que somos una mentira ambulante.
Sólo la verdad es capaz de hacernos felices.
 

 

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