Dos columnas


«Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?»
 
 (Mt16,13-19)

Hoy celebramos en una sola fiesta a Pedro y Pablo, dos columnas de la Iglesia, maestros inseparables de la fe y de inspiración cristiana que por su autoridad son sinónimo de todo el colegio apostólico. Pedro y Pablo dos modos muy diversos de entender y vivir el seguimiento de Jesús. Por eso con esta fiesta se nos invita a no separar dos formas de vivir el evangelio y de construir la iglesia. Dos estilos, sí, pero también una misma pasión, y un mismo Cristo en el centro de sus corazones.


Dos santos que pueden parecer contradictorios, pero se complementan: Pedro y Pablo. Pedro estuvo con Jesús; Pablo no. Pedro no es un superhombre: es hombre como nosotros, que dice “sí” a Jesús con generosidad en su imperfección. Pero también en él, es Dios quien nos hace fuertes con su gracia, nos une con su caridad y nos perdona con su misericordia. Así el Espíritu forma la Iglesia.

San Pedro y San Pablo. Dos apóstoles distintos, dos historias diferentes y una misma cosa común, seguir a Jesucristo. Uno y otro tienen algo muy importante en común: se han enamorado de Cristo, para ellos no tiene la vida sentido sin Él. Uno construye la Iglesia con autoridad y testimonio, otro la extiende con misión, viajes y anuncio sin descanso de la Buena Noticia.


Celebramos la vida de Pedro y de Pablo. Dos hombres que con su vida intentaron responder a esa pregunta de Jesús. Pedro el que buscaba continuamente la aprobación de Jesús, quedar bien, ser el primero. Pablo, el de una fuerte lucha interior entre el bien que deseaba hacer y el mal que hacía. Dos personas imperfectas, que negaron, que cayeron, que lloraron. Pero sobre todo, dos hombres muy amados por el amor de Cristo que los llamó.

Pedro fue el signo de unidad y Pablo llevó el evangelio a todas partes. Jesús fue el centro de sus vidas y ambos llegaron a dar la vida por él.


“¿Quién decís que soy yo?”
Pregunta que solo podemos contestar desde el encuentro, no desde la opinión. Responder desde la experiencia, no desde la teoría. Cuestión central y trascendental de la vida donde nos jugamos quienes somos, y quien es Dios.

La confesión de fe de San Pedro y San Pablo está hecha de muchas palabras pero sobretodo del testimonio de dos vidas tocadas radicalmente por el encuentro con Jesús y entregadas con generosidad a la comunicación del Evangelio, a la construcción de la comunidad.

«Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?» Hoy como a Pedro y Pablo se nos pregunta si seremos capaces de construir una vida conforme a la voluntad que tiene destinada para nosotros, sobre todo, si nos atrevemos a responder a sabiendas que de nuestra respuesta depende la vida.

"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" Pedro y Pablo se gastaron en el anuncio del Evangelio hasta llegar a dar sus vidas Hoy a ti y a mi nos falta ese celo, esa pasión. Me los imagino entrando en nuestros templos, animándonos a salir y dar a luz un nuevo mundo.

Es siguiendo al Señor como aprendemos a conocerlo cada día; es haciéndonos sus discípulos y acogiendo su Palabra la manera en que nos convertimos en sus amigos y experimentamos su amor. Seguir a Jesús es inaplazable; ahí no podemos dudar, no podemos poner excusas. No confundas tus miedos y fobias, con lo que Dios quiere de ti y de los demás. Sé Iglesia, no muralla. ¿Qué ve de Jesús la gente en mí?


Te doy gracias, Señor, porque cuentas conmigo, a pesar de mi pequeñez y mi pecado.
Cuentas conmigo y me llamas, como llamaste a Pedro, un pescador sencillo, apasionado, bravucón, que se creía más fuerte que sus compañeros.
Cuentas conmigo y me llamas, Como llamaste a Pablo, Un fariseo inteligente, fanático, intransigente, que quería acabar con los que no pensaban como él.

Te doy gracias por Pedro y por todas las personas que son piedra en la que se apoya nuestra vida y nuestra fe.
Te doy gracias por Pablo y por todas las personas que comparten la alegría y la novedad de la fe cristiana.
Te doy gracias porque cambiaste el corazón de Pedro. Gracias a tu perdón, Pedro lloró sus pecados se hizo más humilde y se dejó guiar por ti.

Gracias a tu cercanía, Pablo se cayó del caballo de sus prejuicios y descubrió que tu grandeza se muestra en nuestra debilidad.
También a mí me has cambiado, Señor. Gracias.
Que sepa acercarme cada día a Ti, para que puedas acabar la obra que has comenzado en mí y sepa contagiar la alegría de sentirme amado por Ti.


 

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