Que bien estamos aquí

 

«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo» 
 (Mc 9, 2-13).

Jesús lleva a sus discípulos al monte para regalarles una experiencia de luz, de aliento, de paz. Se transfigura delante de ellos. En el monte se les desvela, por un momento, el misterio de la persona de Jesús; en él se cumplen la ley y las profecías; él es el Hijo amado, a quien hay que escuchar, aunque sus palabras suenen a cruz y a sufrimiento. Descubrir su voz entre nuestros ruidos. Su luz en medio de tantas oscuridades. Su presencia en tantas realidades y personas.

Estar en la presencia de Dios es subir a la montaña. Allí, encontraremos el descanso y la fuerza para bajar de la montaña y traducir nuestra experiencia de fe en actos concretos de amor que hagan presente el Reino en el aquí y el ahora.

Hay que bajar de 'la montaña' y vivir el Evangelio, su Palabra, en nuestra cotidianidad, a veces difícil y otras llenas de alegrías, en ocasiones dura y otras llevadera y gratificante. Reconocerle como 'Hijo de Dios' nos lleva vivir como hermanos.

En ocasiones necesitamos recordar que al final del túnel hay una luz y que merece la pena seguir luchando por las propias apuestas vitales.

En nuestra historia personal también existen acontecimientos en los que experimentamos el poder de la resurrección de Jesucristo. ¡Vive en Teofanía!: ¡Cada día Jesús se manifiesta con fuerza en tu vida! ¿Lo reconoces? ¡Si! ¡De diversos modos, especialmente en el Misterio Eucarístico!

Estos memoriales nos ayudan a afrontar las pruebas y las cruces que van apareciendo en nuestra peregrinación por este mundo.

Llévame contigo al monte, 
Señor y lléname de tu luz. 
Quiero ser tu discípulo, 
escuchar tu palabra y llevar a la vida tu enseñanza. 
Quiero seguir tus pasos, 
anunciar tu Evangelio con todas las consecuencias.

 

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