Caminar con Jesús

 


 
“El que quiera venirse conmigo, 
que se niegue a sí mismo, 
que cargue con su cruz y me siga” 
 (Mc 8,34)

El evangelio nos invita a afrontar lo negativo en la propia vida. Nuestra existencia es limitada, dolorosa y en muchos casos afectada por el sufrimiento. La fe no sirve para evadir y disimular el sufrimiento. Sino para afrontarlo, abrazarlo y transformarlo en amor. Por eso habla de libre voluntad: "el que quiera".

Jesús propone las condiciones del seguimiento. Negarse a sí mismo, tomar la cruz y caminar detrás de él. Perdiendo la vida, la ganamos. Renunciando a nosotros conseguimos llegar a él. Abrazando la cruz, nos conformamos con él. Sólo detrás de él lo alcanzamos

Cargar con la cruz de cada día:
No es una invitación al dolorismo.
Jesús no quiere la Cruz ni para él ni para sus seguidores.
La Cruz no es algo que tenemos que buscar.
La Cruz es una consecuencia.
La Cruz es consecuencia de una fidelidad.
De la fidelidad al Evangelio.
De la fidelidad al Reino.
De la fidelidad a Dios.

La Cruz no la buscamos nosotros.
La Cruz nos la merecemos.
La Cruz nos la imponen los otros.
La Cruz nos llega a través de aquellos que no están de acuerdo con la fidelidad al Evangelio.
Jesús no compró su Cruz ni mandó hacerla.
Se la impusieron quien le consideraron fiel a Dios y no a la Ley.

Seguir a Jesús es estar dispuesto a que también la crucifiquen.
Seguir a Jesús es estar dispuesto a sacrificar la vida antes de ser infiel a Jesús y al Evangelio.
Seguir a Jesús no es buscar la Cruz, pero tampoco es tenerle miedo.
Seguir a Jesús no es buscar la Cruz, es ser fiel aunque la consecuencia sea la cruz.
Eso es perder la vida por Jesús.

Vivir el Evangelio es el reto más maravilloso que podemos asumir  en nuestra  vida.

No hay mayor felicidad que el entregar tu vida por los demás... Sólo el que se arriesga, lo sabe...

Ayúdame a reconocer, aceptar y cargar con las situaciones de cruz en mi vida 
Gracias, Señor, por todo lo recibido.
Tuyo soy. Mi vida para ti.
Y para darla a otros, según tu querer.
Hágase en mi según tu Palabra.

 


No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

 


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