Pedir sin miedo
“Cuando os pongáis a orar,
perdonad lo que tengáis
contra otros”
(Mc 11,25).
“Mi casa se llama
Casa de oración”.
“Se puso a echar a los que traficaban allí.”
Trapichear a costa de Dios, convertirle en fuente de
dominación, prestigio e ingresos es un gran riesgo.
Al final, es someter a Dios a nuestra voluntad, y no al
contrario.
Y si sometes a Dios sometes todo lo demás.
Nosotros no tenemos en nuestras iglesias palomas, bueyes
y cambistas y traficantes.
Pero a veces nuestra oración tiene más de acuerdo
comercial que de trato amoroso.
Confiamos poco en Dios.
Le ofrecemos para que nos dé, en vez de para mostrarlo
nuestra gratitud por lo que nos ha dado.
¿Cómo es tu oración?
“Tened fe en
Dios”.
¿Rezamos con fe?
Dios nos concede
siempre lo que pedimos, si nos conviene.
Si no nos concede lo que hemos pedido, preparémonos para
recibir algo mejor, algo que nos hará más humanos, más cristianos.
En todo caso cada vez que rezamos, Dios nos regala la
fuerza de su Espíritu.
El Evangelio de hoy me parece que encierra una verdad que
aún no hemos llegado a comprender ni a vivir por completo:
Pedir como si ya nos hubiese sido concedido.
Pedir con fe.
Pedir en oración sin miedo, sin dudas sabiéndonos hijos
queridos.
"Cuando os
pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro
Padre os perdone".
El gran milagro es el amor que lleva al perdón.
El amor cubre el pecado.
A quien mucho ama, mucho se le perdona.
El amor sostiene y fortalece nuestra fragilidad.
¿Qué puede ser una oración sin perdón?
Algo así, como comer sobre indigesto.
Esta noche, antes de orar, perdona a los que te hayan
hecho mal.
¡Cómo se limpia mi corazón cuando me perdonas!
Y cuando yo perdono, ¡cómo se alegra tu corazón,
Señor!
Orar es escucharte, Padre,
Antes que yo te hable, me has hablado Tú a mí.
Me hablabas incluso antes de que yo existiera.
Me hablaste al darme la vida.
Me hablas al darme amor y hacerme persona.
Me estás hablando continuamente
a través de la vida y el mundo,
y también, a través de Jesús de Nazaret.
A menudo, yo no me entero,
pero Tú no cesas de hablarme.
Me hablas dentro del corazón,
no con palabras sonoras.
Pero hablas fuerte, muy fuerte
y muy dulce a la vez.
Quiero hablarte,
hablarte sin comerciar contigo,
sin ofrecerte algo
para que Tú me des otra cosa,
sin pretender convencerte
para que me hagas caso.
Quiero hablarte,
hablarte con silencios, con miradas,
con gestos y también con palabras.
Quiero hablarte de eso que Tú me comunicas.
Hablarte poco a poco, palabra a palabra,
sacándolas del fondo del corazón,
palabras preñadas de gratitud y amor.
Quiero hablarte a ti,
que sé que me quieres.
Me cuesta entenderte,
y hasta conocerte,
pero sé con seguridad que me quieres.
Quiero hablarte con entera confianza,
porque soy consciente que me quieres siempre,
incluso cuando actúo mal.
Tú me escuchas siempre, siempre.
Tú me hablas siempre, siempre.
Tú me quieres siempre, siempre.
Antes que yo te hable, me has hablado Tú a mí.
Me hablabas incluso antes de que yo existiera.
Me hablaste al darme la vida.
Me hablas al darme amor y hacerme persona.
Me estás hablando continuamente
a través de la vida y el mundo,
y también, a través de Jesús de Nazaret.
A menudo, yo no me entero,
pero Tú no cesas de hablarme.
Me hablas dentro del corazón,
no con palabras sonoras.
Pero hablas fuerte, muy fuerte
y muy dulce a la vez.
Quiero hablarte,
hablarte sin comerciar contigo,
sin ofrecerte algo
para que Tú me des otra cosa,
sin pretender convencerte
para que me hagas caso.
Quiero hablarte,
hablarte con silencios, con miradas,
con gestos y también con palabras.
Quiero hablarte de eso que Tú me comunicas.
Hablarte poco a poco, palabra a palabra,
sacándolas del fondo del corazón,
palabras preñadas de gratitud y amor.
Quiero hablarte a ti,
que sé que me quieres.
Me cuesta entenderte,
y hasta conocerte,
pero sé con seguridad que me quieres.
Quiero hablarte con entera confianza,
porque soy consciente que me quieres siempre,
incluso cuando actúo mal.
Tú me escuchas siempre, siempre.
Tú me hablas siempre, siempre.
Tú me quieres siempre, siempre.
Hoy recordamos a San Justino, filósofo y mártir, “el más
importante de los padres apologistas del siglo II”, según Benedicto XVI.
Es un buen intercesor para pedir hoy a Dios que nos enseñe a contemplar
sin escandalizarnos, la grandeza de la humanidad de Cristo, su claridad, su fe,
su íntima unidad con el Padre…
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