(Lc 2,41-51)
El corazón es único lugar donde el silencio crea palabra. El espacio de los imposibles. El ámbito donde Dios se hace accesible y expresa una voluntad que resulta desbordante. Es el medio donde acoger y confiar.
El corazón materno de María nos enseña a confiar en Dios con fidelidad en lo cotidiano. La fe no nos exime de pruebas, pero nos da la certeza de que es Dios quien nos guía. La fe implica tanto el asombro como la confianza, incluso cuando no comprendemos los planes divinos.
Señor Jesús, sé nuestra luz cuando nos sentimos
perdidos
y ayúdanos a ponerte en el centro de nuestra vida.
Madre del
Inmaculado Corazón, intercede por nosotros
para confiar en la prueba, esperar
en la duda
y dar gloria a Dios en la alegría.
Inmaculado Corazón
de María,
guía mi alma hacia la pureza y la obediencia a Dios.
Que tu ejemplo de
amor y humildad
inspire mis acciones diarias.
Ayúdame a guardar y meditar la
Palabra de Dios,
y a vivir siempre en fidelidad a su voluntad.
Amén.
Su hijo Jesús iba a ocupar el centro de su corazón para siempre. Desde el anuncio de Gabriel hasta la cruz. Todo en ella giraba alrededor de Jesús, su Hijo. El corazón le tembló al decir que sí, se le partió al verlo morir. El corazón María siempre está abierto a nuestra necesidad, a nuestra presencia. María tiene un corazón grande, un corazón universal para amar, para ser Madre, de todos los hombres y mujeres de este mundo.
“¿Por qué me buscabais?”
Te buscamos Jesús
porque también queremos estar en las cosas de tu Padre.
Queremos vivir en
su casa.
Queremos hacer
fiesta. Hemos vivido muchos
años desterrados, exiliados, apátridas.
Tú nos has dejado
entrar en la casa, en el corazón de Dios donde todo es regalo y amor.
Si te vas nos volvemos a quedar huérfanos.
María, mamá,
enséñanos a vivir en esa casa, en ese Reino, donde todos nos sentimos amados y
valiosos.
Enséñanos María a
guardarlo todo en nuestro pobre corazón hasta que confiemos y vivamos sin miedo
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