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Con misericordia

 

"Seréis juzgados como juzguéis vosotros.
" (Mt7, 1-5). 

«No juzguéis, para que no seáis juzgados» Nos gusta criticar y hablar de los demás con certeza o sin ella, con el único fin de entretenernos y de paso si alguien nos cae mal destrozar su fama. Sin embargo, debíamos perder el tiempo más en ayudar y comprender a la otra persona.
Los juicios suelen ser temerarios. El riesgo de posicionarse y opinar sin saber, sin conocer a la otra persona. El intento que encajar en un esquema a quien no se puede atrapar. La falta de perspectiva para entender las diferencias y las dificultades.


"Seréis juzgados como juzguéis vosotros."
Es muy difícil no fabricarnos un juicio casi inmediato de todo lo que ocurre. Moralizamos la realidad y la dividimos entre buena o mala. Somos herederos del dualismo y se nos escapa que Dios bendice la luz y las tinieblas. Detrás de todo lo que pensamos que es bueno siempre hay una tarea a integrar. La acogida, la valoración, el cuidado. Igual que con lo que etiquetamos como malo, hay un aprendizaje, una confianza que practicar. Amemos la vida y a las personas como son. No despidamos a nadie. Demos lo mejor que somos y tenemos.

El juicio debe iniciarse con la calma y la paz, con la bondad de una mirada, con una intención de misericordia y perdón, con una propuesta de mejora y nunca con una lanza que se clava en el corazón del otro. Aunque sea la verdad, dejemos que el otro nos la explique. El juicio tiene que partir de dar importancia a lo que el otro es, sufre, siente y vive. 

Señor, dame la fe de Abraham (Gn 12, 1-9) 
para seguirte sin reservas, confiando en tus promesas. 
Líbrame de juzgar a los demás 
y ayúdame a reconocer mis propios fallos, 
buscando tu perdón y tu gracia. 
Que mi vida sea bendición para los demás 
y refleje siempre tu amor y tu justicia.
 

 
El Señor es claro. Según tratemos a los demás, seremos tratados. Ahora sé llama el karma, o la suerte, o el destino... lo cierto es que nuestras obras aquí con nuestros hermanos no son indiferentes. El tratar a los demás como queremos que nos traten se convierte en norma ética. Jesús nos llama a ser misericordiosos para construir comunidades cristianas fraternas y llenas de su gracia. Cuando juzgamos sin misericordia, olvidamos que también necesitamos el perdón de Dios. Él es justo y misericordioso, y nos llama a tratar a los demás con la misma compasión.


Señor Jesús, enséñanos a mirar con misericordia, 
sin juicios apresurados ni corazones duros, 
y a corregir con amor,
empezando por mi propio corazón.
Danos humildad para reconocer nuestras incoherencias 
y acompañar a los demás con ternura y paciencia.
Amén.
 



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