No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. -Santo Tomás de Aquino-
"Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación." Celebrar la solemnidad del Corpus es recordar la llamada que nos hace Jesús a "Dadles vosotros de comer". No despidamos a la gente con las manos vacías, con hambre y con sed. Acojamos el milagro que hace Jesús de bendecir los tres panes y los cinco peces que tenemos. Parece poco, es insuficiente, pero cuando no nos guardamos nada y somos capaces de compartir lo que somos y tenemos, es capaz de saciar y alimentar a una multitud. Somos posibilitadores de milagros.
“Esto es mi cuerpo” (1 Cor 11, 23-26)
Tu cuerpo, que adoro, que recibo cada día, que me une a ti, que me hace cuerpo tuyo, en la Iglesia. Tu cuerpo, comunidad de creyentes. Tu cuerpo, en la carne descartada de tantos hermanos nuestros, que tienen hambre, que no tienen trabajo, que están enfermos y solos en los hospitales,
«Dadles vosotros de comer». Rompe todo cinismo e hipocresía. Presenta una verdad desnuda y comprometida. Los otros no son un espejismo ni una quimera. Son cuerpo de Cristo. En la custodia y en quienes sufren. En el altar y en quien tengo al lado.
“Dadles vosotros de comer”. Con nuestros cinco panes y dos peces, Dios puede seguir multiplicando la vida en favor de los demás. Con nuestro poco, Él puede hacer mucho.
Los cristianos recibimos este mandato de quien es fuente del amor fraterno: Dadles vosotros de comer. Esto se lleva haciendo desde el siglo I hasta hoy. Sin ocupar portadas de periódicos, sin subvenciones para tal efecto, sin necesidad de reconocimiento. Se hace porque él lo mandó.
Comida para todos.
Eucaristía, acción de gracias.
Generosidad que desborda.
Pan de esperanza, alimento real de su presencia que llena de luz el camino.
Señor Jesús, gracias por el maravilloso don de tu cuerpo y sangre en la Eucaristía.
Que, al recibirte, mi fe se fortalezca y mi vida sea un testimonio de tu amor y sacrificio.
Ayúdame a vivir de verdad tu amor y compasión todos los días. Señor Jesús, Pan vivo bajado del cielo, enséñame a ser pan para los demás.
Que mi vida se parta por amor, que mis palabras alimenten, que mi presencia consuele, que lo cotidiano se vuelva sagrado por tu presencia en mí.
Hazme signo tuyo en medio del mundo, testigo de ternura, discípulo que reparte sin miedo lo poco, porque Tú siempre haces que alcance.
Amén.
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