Hoy el Señor nos regala no sólo una frase tomada de la sabiduría popular sino todo un estilo de vida: "por sus frutos los conoceréis". ¿Alguna vez te han dicho que pareces cristiano por tus actitudes? Este mundo necesita de tu testimonio de vida. ¿Qué actitudes o malos hábitos debes dejar para serlo?
Nos hace falta un poco más de humildad para reconocer al “fariseo” que todos llevamos dentro. Para darnos cuenta de que las palabras de Jesús se dirigen también a nosotros, pues todos somos profetas y todos tenemos la tentación de ser falsos profetas al cuidar más las apariencias que lo que hay en nuestro corazón.
El falso profeta se adorna de lisonjas y buenas palabras pero a la hora de hacer nunca lo verás ayudando, eso sí la crítica será su arma más afilada. Cuidad siempre el árbol sano que, si bien no es el más atrayente, siempre dará los mejores frutos.
Sobran las palabras, que sólo hablan de ideas, de ideologías... es hora de pasar a los hechos; de dar los frutos que Dios espera. Es curioso que Dios espera y confía más en nosotros de lo que esperamos y confiamos en nosotros mismos. Tendremos que preguntarnos por los frutos.
"¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?" Los frutos muestran, los frutos acercan, los frutos hablan de lo que somos, de las raíces que tenemos, de lo que queremos dar y proponer. El árbol los regala para que otros los disfruten, no se aprovecha para nada de ellos. Así son los frutos del Evangelio, gratuitos y generosos. Pongamos nosotros la autenticidad de los mismos, que muestren y ofrezcan lo que somos, amigos y seguidores de Él
Los frutos son los signos de la bondad o la maldad en un árbol. En las personas, las acciones son los frutos. La manera de comportarse y de tratar a los demás. El cuidado en las relaciones y la solidaridad. Los frutos no se ven en las palabras, sino en la vida.
"Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos," El gran milagro del amor de Jesús es que a los dañados, nos cuida, nos poda, nos abona y nos riega con la Esperanza de sanarnos. No nos arranca ni nos quema. A los sanos les sigue nutriendo con su confianza y les encarga ser difusores del Reino. Nadie sobra en este proyecto conjunto. Por eso, más o menos dañados, o más o menos sanos, todos somos necesarios y corresponsables en la tarea de hacer de nuestro mundo un espacio habitable y amable.
como lo hiciste con Abraham (Gn 15,1-12.17-18).
Ayúdanos a discernir y evitar a los falsos profetas
para que nuestras vidas dé buenos frutos en tu nombre.
Señor, que nuestras obras proclamen tu amor
y tu misericordia ante el mundo.
Señor, que nuestra fe dé frutos de amor y justicia,
más allá de las apariencias.
Líbranos de la superficialidad
y enséñanos a discernir tu voz entre tantas distracciones.
Que nos conozcan y te conozcan, no por lo que decimos,
sino por los frutos que tu Palabra da en nosotros.
Señor, ayúdanos a dar siempre frutos buenos
que reflejen tu amor y tu verdad.
Que tu Espíritu Santo nos guíe siempre
hacia la verdad y la confianza. Amén.
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