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En la mesa

 


“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”
(Lc5,27-32)

Jesús en el evangelio llamó Leví, el recaudador de impuestos, para que dejara su tarea y lo siguiera. Y responde con tres acciones: lo deja todo, se levanta y lo sigue. Un discípulo ha encontrado todo en el Maestro. Se incorpora y sale de sí mismo. Va tras Sus huellas.

Su llamada es diferente a cualquier otra. Pide respuesta de vida, inmediata, sincera, de dejar algo y tomarle a Él. Es una llamada que transforma, que no deja indiferente. Se acerca, mira, llena de luz lo que somos y hacemos, nos propone... y tenemos que decidir. 

También durante este tiempo de conversión, nos llama a todos, que tenemos nuestros pecados y dificultades, a seguirle. Ha venido precisamente para que los pecadores se conviertan, a sentarse en la mesa entre nosotros.

Leví ofrece a Jesús un banquete. Están invitados los descreídos y los pecadores. Jesús está feliz. Leví descubre el sentido de su vida en la compasión acogedora de Jesús. Cuando participes en la Eucaristía, no dejes de mirar a las personas que participan; son tus amigos, tus hermanos. Con ellos sigues a Jesús.

Jesús, cuánto bien nos hace que vuelvas a tocar nuestra existencia con tu misericordia. Nuestra tristeza infinita solo se cura con tu infinito amor.

Jesús fue duramente criticado por los escribas y fariseos a causa de comer amigablemente con publicanos y pecadores. Jesús se defiende: no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Ha venido a por personas como tú o yo, pecadoras, para lograr nuestra conversión.

A veces, creyéndonos buenos o justos, impedimos a Dios actuar en nuestra vida. Reconozcamos que somos pecadores, incapaces de amar y de aceptar la voluntad de Dios, y Cristo nos curará. Nos perdonará los pecados y nos sentará en su Banquete pascual.

Sí, tú también eres pecador. Pero Jesús te ofrece un camino de conversión. ¿Qué le contestas?


”La Mesa de la Eucaristía no es la tabla de los puros, sino de los pecadores convertidos a Jesucristo” (Santa Teresa del Niño Jesús)

 “Cuando recibimos la Eucaristía, Jesús hace lo mismo con nosotros: nos conoce, sabe que somos pecadores, sabe que cometemos muchos errores, pero no renuncia a unir su vida a la nuestra. Él sabe que lo necesitamos, porque la Eucaristía no es el premio de los santos, ¡no! Es el Pan de los pecadores. Por eso nos exhorta: ¡No tengáis miedo! Tomad y comed” (Francisco)

Con Él comienza la vida, algo nuevo, algo diferente. Sin Él es lo de siempre, la rutina diaria, lo de cada día, lo que ya conocemos.

En el fragmento evangélico de hoy Jesús da una lección magistral a sus adversarios sobre la acogida, el perdón, la misericordia.

Padre misericordioso,
Tú cuidas de todos los pequeños de la tierra
y quieres que cada uno sea signo e instrumento
de tu bondad con los demás.
Tú brindas tu amor a todo hijo herido por el pecado
y quieres unirnos a unos con otros con vínculos de fraternidad.
Perdóname, Señor, si he cerrado las manos
y el corazón al indigente que vive a mi lado,
pobre de bienes o privado del Bien.
Todavía no he comprendido que tu Hijo
ha venido a sentarse a la mesa de los pecadores;
me he creído mejor que los demás.
Por esta razón soy yo el pecador.
Haz que resuene tu voz en mi corazón,
llámame ahora y siempre, oh Dios.
Abandonando las falsas seguridades,
quiero levantarme para seguir a Cristo en una vida nueva.
Y será fiesta.

 

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