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La Cruz Gloriosa

 

 


“Tanto amó Dios al mundo 
que entregó a su Hijo único” 
(Jn 3,13-17).


Mirar el árbol de la Cruz. La Cruz gloriosa del Señor resucitado es el árbol de la salvación, de Él yo me nutro, en Él me deleito, en sus ramas yo me extiendo. 

Adorar la Cruz. Descubrir en la Cruz al Señor.  Y pedirle que nos ayude a llevarla y experimentar así la salvación.

Hoy celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, por el amor inmenso con el que Dios, abrazándola para nuestra salvación, la transformó de medio de muerte en instrumento de vida, enseñándonos que nada puede separarnos de Él (Rm 8,35-39) y que su caridad es más grande que nuestro propio pecado 


La Cruz no se puede ver en abstracto ni vacía. Su sentido lo tiene en quien fue crucificado en ella. Su finalidad solo se puede entender desde el amor más grande que da vida muriendo. La fe nos abre el entendimiento para acoger y vivir mirando el árbol de la Cruz.

La exaltación del amor infinito de Dios, manifestado en la Cruz del Señor, toca la esencia y el nervio de la fe cristiana. No tiene nada que ver con el victimismo ni con la visión masoquista del sufrimiento. Al contrario, Dios entregó a su Hijo porque quiere la salvación de todos

La Cruz de Jesús no es sólo un patíbulo donde se ejecuta injustamente a un hombre bueno sino que se convierte en el trono de un rey que no se impone sino que muestra una manera de ser y estar en el mundo, un rey que ama y pide una relación de amor.


La Cruz sabemos que no es el final, la muerte nunca puede serlo, es el camino de la resurrección.

Al contemplarte en la cruz, Señor, viendo tanto amor cómo nos tienes, comprendo que llegaste a la muerte, y una muerte en cruz, porque fuiste capaz de despojarte de ti mismo, y siendo Dios te hiciste hombre, semejante a nosotros menos en el pecado. Que te humillaste. Te pido, Señor, poder participar de tu dinámica de abajamiento, por el don de tu gracia

Herir al infinito

No crece la vida de Dios
desde la muerte humana,
sino la plenitud humana
desde la muerte de Dios.

No realza la fortaleza de Dios
la debilidad nuestra,
la debilidad de Dios
construye nuestra fortaleza.

Porque sólo los ídolos
se alimentan de la sangre ajena,
pero Dios derrama la suya
para salvar la nuestra.

El cauce frío del hierro
que desgarra la carne,
horada con el mismo golpe
el corazón encarnado de Dios .

Y donde un golpe nos hiere
acude incesante el agua viva,
pues sólo puede manar Amor
por el boquete abierto al Infinito.


(Benjamín G. Buelta SJ)


 

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