El discipulado tiene unas condiciones costosas y claras. Solo desde la gracia y la fe se pueden alcanzar. La familia e incluso la propia vida hay que posponerlas. La cruz hay que llevarla. Y todo requiere oración y discernimiento. Sin prisas y sin pausas.
Jesús es claro con sus discípulos. Él sube a Jerusalén. Allí abrazará la cruz redentora, la cruz con la que borrará el pecado del mundo. Y advierte a quienes quieran seguirle que no podrán hacerlo si no toman su cruz en la vida y sigue sus pasos. Por su cruz nos viene la vida. Ser discípulo es reconocerle como Maestro y Señor. No escuchar a nadie más, seguirle en lo que propone y dice, aprender de Él, hacer de su palabra enseñanza y transformación de nuestra vida. El discípulo lo busca, lo sigue, no entiende la vida sin el Maestro.
Tenemos que aprender a priorizar. Jesús nos pide decidir qué forma elegimos de vivir cada día. Hay un modo que es retener, poseer, dominar, controlar. Otro modo es recibir, acoger, confiar, compartir. Si todo lo considero "mío", vivo en el temor de perderlo todo. Si nada es posesión, y descubro que todo es "don", la vida encuentra una frecuencia más cierta, más verdad, más llena de belleza y de asombro. La gran cruz es no ceder a la tentación de la posesión y dejar que las personas y las circunstancias sean ellas mismas.
“Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Salmo 89) En el evangelio de hoy nos hablas de hacer cálculos…y el mayor cálculo que podemos hacer es darnos cuenta de la realidad que vivimos, de las circunstancias que tenemos, de quien somos delante de ti, para que adquiramos un corazón sensato. En estos tiempos de tanta insensatez, un corazón sensato, un corazón según tú, es el mayor don que nos puedes dar, la tarea mejor que podemos practicar.
Revisemos nuestras vidas y veamos cómo podemos transformar y dar sentido a nuestros pequeños dolores cotidianos. Veamos qué nos queda por entregar de todos nuestros “bienes”.
las cruces de nuestra vida: el dolor, las pruebas, las renuncias, y a ofrecerlas a Dios con corazón humilde.
Madre nuestra, tú que dijiste “sí” sin condiciones, haz que también nosotros sepamos elegir a Cristo por encima de todo lo que pasa, para que, siguiéndolo con valentía,
alcancemos la vida eterna.
Señor, danos la gracia de ser verdaderos discípulos tuyos, renunciando a lo que nos ata,
y caminando contigo hasta la cruz, donde comienza la victoria de la resurrección. Amén.
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