“¡Ven!”
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
(Mt 14, 22-33).
Hay tramos del camino en los que el viento nos empuja.
Hay experiencias de fecundidad que redoblan las ganas.
Los discípulos habían sido testigos del signo de la
multiplicación de los panes.
La vuelta a la otra orilla se presentaba como una
travesía feliz.
Pero la dificultad, el aprieto, la tormenta, el viento
contrario, no siempre avisan, llegan a la vida… y nos ponen ante la verdad de
nuestra verdad.
El miedo se convierte en señal de alerta.
Si nos dejamos atenazar por el miedo las energías se
paralizan, la visión se distorsiona, los peligros se agrandan… dejamos de
hacer pie, nos vamos hundiendo…
En la travesía de la fe, el mejor antídoto contra el
miedo es Su Voz y Su Presencia.
Es mantener los ojos fijos en Él y el corazón anclado en
la confianza.
Es clamar humildemente y saber que es Su brazo el que te
rescata y sostiene.
“¡Ven!”: es una invitación vigorosa a atravesar los
miedos.
“¡Ven!”: es una llamada a practicar lo que parece
imposible.
Caminando sobre las aguas de la inseguridad, siendo
salvados del miedo a hundirnos… así es como iremos haciendo vida la confesión
de fe: “realmente eres el Hijo de Dios”.
Dios y Padre
nuestro que conoces nuestra poca fe te pedimos que no desfallezca nuestra esperanza, que tu Espíritu renueve nuestro ardor, que se agota buscando otras riquezas y otros caminos.
Que tu palabra, sembrada en nuestros corazones, crezca y
dé fruto, y así transforme nuestro mundo y lo haga adelanto del reino definitivo.
Nos confías el cuerpo y la sangre de tu Hijo, que son
anticipo del Reino definitivo; ellos son fruto de nuestra tierra y de nuestro
trabajo, y unidos a tu obra recreadora son ya las primicias de los tiempos
nuevos.
Que sean también, para nuestro gozo, el alimento y la
fuerza para el camino que nos conduce a tu encuentro.
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