Dios está atento a tus clamores
…
Antes
Antes de saber
cómo hay que orar, importa mucho más saber cómo “no cansarse nunca”, no
desanimarse nunca, ni deponer las armas ante el silencio aparente de Dios:
“Les
decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin
desfallecer” (Lc 18,1).
Que la intrepidez se adueñe de ti como de la viuda ante
el juez.
Vete a encontrar a Dios en plena noche, llama a la
puerta, grita, suplica e intercede.
Y si la puerta parece cerrada, vuelve a la carga, pide,
pide hasta romperle los oídos.
Será sensible a tu
llamada desmesurada, pues ésta grita tu confianza total en Él.
Déjate llevar por la fuerza de tu angustia y el asalto de tu impetuosidad.
Déjate llevar por la fuerza de tu angustia y el asalto de tu impetuosidad.
En algunos momentos, el Espíritu Santo formulará Él mismo
las peticiones en lo más íntimo de tu corazón con gemidos inefables.
¿Has oído gemir a
un enfermo presa de un intenso sufrimiento?
Nadie puede permanecer insensible a esta queja, a menos
que tenga un corazón de piedra.
En la oración, Dios espera que pongas esta nota
de violencia, de vehemencia y de súplica para volcarse sobre ti, y escuchará tu
petición.
En el fondo, no haces más que dar alcance al amor
infinito comprimido en su corazón, que espera tu oración para desencadenarse en
respuesta de ternura y misericordia.
Si supieses lo atento que está Dios al menor de tus
clamores, no dejarías de suplicarle por tus hermanos y por ti.
Él se levantaría entonces y colmaría tu espera mucho más
allá de tu oración.
Se puede esperar todo de una persona que ora sin cansarse
y que ama a sus hermanos con la ternura misma de Dios…
J. Lafrance, Ora a tu Padre
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