Cuando hablamos de Dios, las distancias cortas nos suelen confundir. No nos encaja el Dios vecino, el Hijo del carpintero, el compañero de camino, el tan cercano que lo está más que yo mismo. Alguien así genera sospechas, desprecio o indiferencia. No pudo hacer allí milagros.
Jesús va su ciudad y enseña en la sinagoga. Sus paisanos no entienden de dónde saca esa sabiduría. Conocen a su familia y les escandaliza su saber. No aceptan quien es, lo que hace y lo que dice. Se sitúan entre la envidia, el desprecio y la incredulidad.
Que no nos escandalice que sea como nosotros, verdadero hombre. Nos da valor que así sea. Su encarnación es un gesto de amor profundo. Es como todo hombre y mujer de este mundo. Es un gesto que habla de lo mucho que nos quiere. Reconocerle como verdadero hombre, como verdadero Dios, nos acerca a Él, nos ayuda a admirarlo y adorarlo. Es como nosotros, nos quiere.
"¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros?". Despertar interrogantes irresistibles es una señal inequívoca de que la vida de Dios acompaña la nuestra. Somos todos muy previsibles y actuamos en general de formas muy mecánicas. Por eso sorprende cuando alguien vive libre, sin miedos, generoso, alegre. Encontrarnos con la sencillez, la alegría, sin críticas, sin pesimismos ni quejas es un verdadero milagro. Seamos para los demás brisa suave, ánimo, agentes de paz y bendición. Hay demasiada tristeza en nuestro mundo para que nosotros sembremos más.
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