Felices los que miran el mundo desde la certeza del que se siente habitado. Es, como estamos por dentro, que proyectamos nuestra mirada sobre todo lo que ocurre. Si vivimos en la escasez todo lo vemos poco. Si vivimos en la gratitud, todo lo recibimos con asombro. Pasar de la exigencia al regalo. Pasar de la comparación al recibir al otro como una ayuda adecuada. Hoy celebramos a santo Tomás que su experiencia de cercanía con Jesús ilumine nuestro camino y nuestra intimidad con Él.
Tomás no estaba con los demás Apóstoles cuando Jesús Resucitado se presentó en medio de ellos. Todos le decían: "Hemos visto al Señor". Pero él no les creyó. Buscaba pruebas y desoía el testimonio de los hermanos. El mismo testimonio que damos sus discípulos en nuestro tiempo.
La fe es un don que Dios concede, y que por nuestra parte podemos aceptar o rechazar. Hay que cuidarla, y para ello la comunidad es necesaria. Fuera o lejos de ella, se gasta y busca pruebas. Nos unimos a Tomás para pedirla y para vivirla.
(Ef 2, 19-22)
Tu Iglesia, señor, apoyada en la columna de los apóstoles,
Gracias, Señor, por el don da Iglesia,
Gracias por todas las personas
«¡Señor mío y Dios mío!» Una oración que nos enseña el apóstol Tomás, que la decimos sin querer, que la pronunciamos
en un momento de bondad para agradecer a Dios tanto bien, para responder a una sorpresa que la convertimos en una petición desesperada ante Dios. Tomás es una apóstol cercano a nosotros, lleno de dudas pero ahí,
lleno de preguntas pero vuelve a la comunidad. Hagamos nuestra la oración que
él hace a Jesús, «¡Señor mío y Dios
mío!».
Señor Jesús, fortaléceme y ayúdame a superar mis dudas.
Como Tomás, soy débil y humano; pero quiero creer sin ver. Abre mi corazón a Tu verdad
Danos una fe humilde y confiada,
Haznos testigos valientes de tu presencia viva,
Espíritu Santo, fortalece nuestra fe
«Bienaventurados los que crean sin haber visto»
Vivimos en un mundo de pruebas, donde si no metemos la mano en el costado no nos creemos nada. Por ello, al mostrar nuestras obras, mostramos la fe en aquel que nos ha amado y al que amamos en una vida plena de servicio y oración.
Tomás
Posa tu mano en la
herida
del pecho atravesado,
toca la muerte del corazón,
las angustias abismales,
los amores sin destino,
los golpes del alma
que nunca cicatrizan.
Mete tus dedos
en las manos taladradas
por el ácido corrosivo
de los trabajos duros,
por los cepos injustos,
por las siegas sin salario.
Acaricia con la yema de tus dedos
los pies perforados
de los emigrantes sin más tierra
que la pegada en sus heridas
en cada paso errante.
No tengas miedo de palpar
la huella de lanzas y de clavos.
¡Tus dedos sentirán
en el fondo de cada herida
un latido del resucitado!
(Benjamín González Buelta, SJ)
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