Tan cerca
Nos cuesta tanto querernos. Es más fácil reconocer lo valioso en los demás que en la propia vida. Y eso nos pasa por no entender bien el amor " a uno mismo". El amor propio no es el engreimiento, sino el intentar responder a las preguntas del principio. "¿Qué tienes que no hayas recibido?" Somos imagen de Dios donde reflejamos su bondad, su sabiduría y la capacidad de hacer milagros gracias al Amor.
Las palabras y obras de Jesús entusiasman a la gente dondequiera que va; pero sus parientes y paisanos se muestran escépticos ante su mensaje, supera sus expectativas y no logran encuadrarlo dentro de sus categorías socio religiosas.
En su pueblo, entre su gente, se sentía menospreciado y, por conocido, sin credibilidad. Habría querido curar allí a muchos como lo había hecho en otras aldeas cercanas. Pero fue imposible: era admirable su falta de fe. Está claro, nadie es profeta en su tierra, entre los suyos.
El profetismo entraña un gran riesgo porque rompe lo conocido. Es una voz que se alza por encima de ideas y zarandea la realidad. Un grito contra la injusticia. Un luz frente a la oscura maldad. Una necesidad que se está extinguiendo por el aplauso y la complacencia.
«No desprecian a un profeta más que en su tierra» Es cierto que el anuncio del Evangelio empieza entre los nuestros, pero no olvidemos que los más cercanos a nosotros son los más reticentes a escuchar y creer que verdaderamente el Señor ha actuado en nosotros y somos felices.
Solo lo cuestionan, no creen en Él. Jesús se sorprende, "Y se admiraba de su falta de fe". La fe, la confianza, escucharle, dejar que Él se acerque, proponga, enseñe... es parte importante para que se produzca un encuentro transformador entre ellos.
No hay milagros, no hay posibilidad de algo nuevo, sin dejarle sitio en el corazón, sin dejarse tocar, sin la fe y la confianza en Él que necesita esa novedad que propone.
Dar la mano
Hay veces
que en lugar de dar la mano
parece que demos algo inerte.
La ponemos como muerta
como fofa
sin ser.
Manos de sopa. Manos de aire.
Sin nada detrás.
Mano que no transmite nada.
Pero
si en lugar de eso
sentimos palpitar el corazón en nuestra mano,
y el calor del otro,
y su sudor,
y su miedo y su temblor…
Entonces
quizá dar la mano
pueda ser un cable que una a la vida,
que transmita paz,
que sane.
Un lugar donde Dios toque las palmas
acariciado entre nuestros dedos.
(Carlos Maza, SJ)
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