Tu vida cambia
El Señor quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. FELICES SEREMOS, SI ACOGEMOS SU SALVACIÓN CON CORAZÓN SENCILLO.
Se cruzaron sus miradas. La mirada de Jesús es el comienzo de una invitación a compartir mesa, casa, tiempo, proyecto. Zaqueo lo buscaba pero lo que cambió su vida fue la mirada de Jesús y la propuesta que iba unida a ella: quiero estar contigo.
Zaqueo sale de sí para llegar al encuentro con Dios y los demás. Supera retos: su estatura y la gente. Asume el ridículo por subirse un árbol. Se deja mirar por Jesús para que la miseria se encuentre con la misericordia. La riqueza se transforme en compartir.
Cristo como lo hizo con Zaqueo, nos invita a que salgamos de nuestra “zona de confort”, le abramos las puertas de nuestra casa a él, lo escuchemos y lo sigamos. «No tengáis miedo de abrirle las puertas a Cristo».
En el interés por ver a Jesús comienza la nueva vida de Zaqueo. En los acontecimientos normales ... Dios llama a tu puerta. Quiere conocerte, que le abras tu corazón. Y si entra en tu casa... tu vida cambia.
"Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador»." Que gran noticia que Jesús se nos acerque a los pecadores. No ha venido a salvar a los perfectos, sino a los que tenemos una conciencia clara de indignos y rotos. La vida no es un proyecto lineal e ideal. Tiene demasiadas contradicciones, caídas, equivocaciones. Pero lo que devuelve la dignidad y la pureza no es la mirada que juzga y exige, sino la presencia que acoge y acompaña.
No acabamos de entender que Jesús busque preferentemente a los pobes, los excluidos, los pecadores, los mal vistos... Que su paciencia sea infinita y que confíe en el ser humano a pesar de nuestros desatinos. El encuentro con Él nos transforma. "No necesitan médico los sanos".
Zaqueo
No me dejes esperar
sentado,
cuando tú ya estás en los caminos.
Empújame, inquiétame,
aviva en mí el deseo
para lanzarme a buscarte.
Yo te prometo intentarlo.
Escalaré montañas,
salvaré distancias,
preguntaré por Ti
a la tierra,
a los otros,
a esa voz que brama tan dentro
con verso de paz y evangelio.
Gastaré los días,
atravesaré abismos en tu busca.
Y si me canso,
si vacilo,
si reniego de ti alguna vez,
no permitas que me rinda.
Sé que cuando escuche tu voz
que pronuncia mi nombre
y se invita a mi mesa,
entenderé, al fin…
que la salvación ya estaba aquí.
(José María R. Olaizola, sj)
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