Nos compromete
Cuando la vida viene torcida uno piensa que todas las puertas se cierran y nadie escucha. Sin embargo, suele pasar que no llamamos con confianza en la puerta y no pedimos con el corazón y la esperanza de que se hará realidad.
Hay que pedir, buscar, llamar, con la seguridad de que se recibe lo que se pide, que se encuentra lo que se busca, que se abren las puertas cuando se llama.
El evangelio de hoy nos anima a activarnos, a ponernos de pie, a hacernos responsables de lo que vivimos. No podemos conformarnos pasivamente con lo que vivimos. No podemos resignarnos y decir esto es lo que hay. Se puede pedir, llamar, buscar. Sólo si lo intentamos las cosas suceden. Si solo las soñamos, no.
Tenemos que ser insistentes en la oración, perseverantes en el compromiso, fieles en la respuesta, constantes en nuestra relación con Él. La relación con un amigo nunca está terminada, siempre hay algo más que dar, compartir, vivir y sentir.
Jesús nos enseña a orar, a pedir a Dios con insistencia y con confianza. Si un amigo ayuda a otro amigo, si un padre mantiene a su hijo, ¡Cuánto más cuidará Dios de los discípulos de Jesús, su Hijo! La cosa buena por excelencia, que el Padre da a los orantes que quieren orar, vivir y actuar como Jesús, es el don del Espíritu Santo.Al Señor no le importa que lo importunemos con nuestras necesidades o con las de nuestros amigos. Él mismo nos invita a pedir, a buscar y a llamar. Aprovechemos cada ocasión en que acudimos a Él para pedirle el Espíritu Santo, la gracia de su amor en nosotros.
La oración es un trato de amistad con Dios. Nosotros somos ese amigo insistente que pide. Dios es mejor que ese otro que le concede por su importunidad. Somos nosotros los que necesitamos pedir, y Dios quien nos dará su Espíritu para saber pedir.
Pedir, buscar y llamar no nos ahorra nada. Recibir el Espíritu nos compromete y nos desafía.
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