La llama del Señor
Muchas espiritualidades buscan la paz interior y la serenidad. Jesús siempre nos desestabiliza, nunca nos deja conformes y satisfechos. Su amor es un fuego en nosotros que siempre nos pide un paso más.
El fuego del que habla Jesús es su Espíritu Santo. No es un fuego que destruye, sino que da luz y calor. Es el fuego que vence a la frialdad y a la rigidez. Es el aliento de vida que resucita todas las realidades muertas. Es la creatividad y la intrepidez que da valor a lo cobarde y miedoso. Que arda pronto una Iglesia que ilumine a un mundo en oscuridad.
Jesús trae un fuego que nos mueve por dentro a hacer y vivir por fuera. Es un fuego que prende en el corazón y mueve las manos para transformar, la boca para anunciar y las piernas para hacer camino. Un fuego que no nos deja quedarnos quietos.
El Señor habla de ese fuego que provoca ardor saludable y vital en el corazón. Ese ardor tan necesario en el evangelizador misionero, y tan escaso en el viejo continente. La abundancia de vida licuada apaga los ardores del corazón y deja poco margen al entusiasmo pastoral.
"Ardo de amor por ti. Te como con la mirada. Cada lágrima, cada risa, en mi memoria se han grabado. Quiero curar tu herida si me la das. Si por un segundo vieras cómo te miro, no querrías ver nada más". Nos dice el Señor
Dios te ama con locura y busca que te encuentres con Él. Dios escribió en tu corazón un deseo de plenitud apasionado. ¿Te apasionan las cosas de Dios? La paz no es ausencia de problemas, es plenitud en Jesús. Ponte en camino.
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