Alégrate


«¿Eres tú el que ha de venir 
o tenemos que esperar a otro?». 
(Mt11,2-11)


Lo que vemos y oímos ayuda a saber dónde estamos. Este tercer domingo de Adviento nos invita a la alegría. La alegría puede entenderse desde la superficialidad de una fiesta, a las alegrías efímeras que hemos inventado. La alegría en Dios hay que verla y oírla. Alegrémonos en el Señor. Es inminente su venida, si le abrimos la puerta, con fe, cenará con nosotros el Banquete de Vida Eterna.


Hasta cuándo tendremos que esperar para que el Evangelio se haga carne en nosotros. 

Se nos anuncia plenitud, alegría sin límites, paz, amor que no pasa nunca. 

Pero nuestros días siguen teniendo enfados, desprecios, olvidos. 

Qué nos tiene que pasar para que dejemos de ser pura exigencia y pasar a ser gratitud. 

Cuando dejaremos la inquietud y la ambición para abrazar lo que somos y lo que vivimos con sencillez.

El Evangelio  nos invita a fiarnos más de las obras que de las palabras.

¿Quiénes serán los profetas que despierten de nuevo la esperanza de los que han perdido toda la alegría?

«Id a anunciar a Juan: los ciegos ven, los inválidos andan...».

Entre las misiones del creyente está la de ser mensajero de esperanza, anunciar a Alguien que viene a cambiar lo que somos y el mundo, a proponer una nueva manera de relacionarnos con Dios. 

Somos mensajeros de una manera nueva de vivir. 

Preparemos el camino, seamos mensajeros, mostrémonos al mundo como mensajeros del que viene, Él.
 

Mensajeros para preparar

  

 

 

La señal del amor

Y salió el amor, a recorrer nuestros caminos,
a visitar ciudades, a mezclarse entre la gente.
Un extraño viento lo llevaba y lo traía,
y con él iba su voz, su alegría y su mensaje:
¡Hagamos del amor nuestra señal!
¡Dichosos aquellos que renuevan el amor gastado!
¡Dichosos aquellos que curan el amor herido!
¡Dichosos aquellos que encienden el amor apagado!
¡Dichosos aquellos que levantan el amor caído!
¡Dichosos aquellos que perdonan el amor equivocado!
¡Dichosos aquellos que enderezan el amor torcido!
¡Dichosos aquellos que liberan el amor atado!
¡Dichosos aquellos que entregan el amor recibido!
¡Dichosos aquellos que resucitan el amor muerto!


(Seve Lázaro, sj)

 

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