Una palabra

 


"Señor, no soy digno 
de que entres bajo mi techo. 
Basta que lo digas 
de palabra, 
y mi criado quedará sano". 
 (Mt 8, 5-11)

Jesús nunca permanece indiferente ante el sufrimiento, ante nuestras necesidades, por eso necesitamos fe que nos ayude a vivir con la certeza de que la presencia de Jesús es fuente de vida y esperanza para nuestra existencia.

Era extranjero, pero estaba persuadido de que aquel judío que predicaba la misericordia de Dios sería el único capaz de curar a su criado de la enfermedad. Acepta que no es digno de que entre en su casa, pero su palabra poderosa lo podrá curar. Jesús mismo alaba su enorme fe.

Que nuestra fe sea capaz de mover montañas. 

¿A qué estamos esperando? Es hora de renovar nuestra conciencia y nuestra respuesta a Cristo.

En Jesús que se acerca a la casa del centurión, que se acerca a cada uno de nosotros, descubrimos el rostro de nuestro Dios viniendo a visitar a nuestra humanidad. Dios ha venido para quedarse en el corazón del mundo. Y solo el que se considera pobre, sin derecho a nada, sin poder; solo el que es humilde, podrá disfrutar de esta presencia de Dios que cura y sana: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa..."


La salvación que ofrece Jesús es universal, no reconoce fronteras entre personas o pueblos. Hacia Cristo confluyen los gentiles, hacia Él caminan pueblos numerosos. De Oriente y Occidente venimos para sentarnos con Abraham y formar el nuevo pueblo de Dios. Un Reino de paz y de justicia.

Hoy más que nunca trabajemos por construir el Reino de Dios.

Es admirable la fe, tan atrevida y confiada, de un hombre pagano y los gestos humildes en que se concreta.  

La fe no exige nunca a Dios, le pide con humildad. Es pura gracia y puro amor lo que Dios hace con sus hijos. Sólo la gratitud, el asombro y la alegría son respuestas de fe. Nos tiene que sorprender que Jesús fije su mirada en nuestras vidas y se encargue de ellas. No nos acostumbremos a ser interlocutores válidos para Dios.

Una propuesta tuya es suficiente para mi corazón lata diferente,
mire con otros ojos, 
comience a palpitar 
para comenzar la carrera de la fe,
 la de seguirte en el día a día. 
 Gracias, Señor.
 
 
Ven, Señor Jesús. 
Decimos en Adviento. 
A pesar de nuestros pecados, 
nuestras infidelidades y nuestra indignidad. 
¡Ven!
 
¡Ven a mi casa, Señor, 
ven y sáname con tu amor!  
Dime una palabra tuya 
y mi soledad sentirá tu compañía, 
vencerás mis miedos, 
levantarás mi esperanza. 
¡Gracias!
 
Hágase en mí según tu Palabra. 
Le pedimos a la Madre del Cielo 
que nos dé ese espíritu 
para vivir el Adviento.

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