Hagamos
El Evangelio lo deja claro: todos hemos recibido unos dones, unas cualidades que tenemos que ponerla al servicio de la comunidad como buenos administradores. No nos pertenecen a nosotros pero las tenemos que poner a producir.
La tarea de los siervos es negociar. Cuando no se entiende o se confunde la misión, también podemos llegar a distorsionar quién es Dios. Comprender que nuestros dones no son para guardarlos, sino para que se multipliquen, con agradecimiento y generosidad
Tenemos que trabajar los talentos recibidos. Los tenemos que multiplicar. Y no por miedo a Dios, sino porque cuando desarrollamos las capacidades recibidas nos enriquecemos, enriquecemos a nuestra comunidad y a la sociedad en que vivimos.
No hay que pensar tanto en lo que tengo y soy sino en lo que puedo compartir y dar. Es la manera de vivir y hacer su voluntad. El origen de los dones es el dar de Dios, la manera de multiplicarlos y sacarles todo el juego que ellos poseen es darse.
En esta parábola hay una llamada a trabajar incansablemente por el Reino. En este tiempo de la Iglesia debemos hacer fructificar los dones que el Señor nos ha dado a cada uno. No temas ante Jesús, Señor de la vida y de la muerte. No viene a condenar sino a invitarte a vivir el riesgo de fe y a producir frutos de amor.
Jesús nos llama a todos, a dar fruto. Para esto existimos. HAGAMOS TODO EL BIEN QUE PODAMOS. Todos hemos recibido talentos, no para esconderlos o enterrarlos, sino para compartirlos y hacerlos florecer.
Lo pequeño, lo de cada día, es donde nos jugamos la grandeza de nuestra vida. Todos llevamos inscrito el deseo de ser grandes, de triunfar, de tener una vida plena. Nos imaginamos haciendo grandes hazañas, encabezando proyectos importantes. Pero es dependiendo del cuidado y delicadeza con la que vivimos y amamos, que nuestra vida acierta o fracasa
Tu onza de oro
No me quieres recortado,
ocupado tan solo en lo mío:
mis planes, mis negocios,
mis tareas, mis iniciativas;
inversor de su rentabilidad.
No me quieres ensalzado,
creyéndome eterno aspirante
de títulos y conocimientos,
cargos y designaciones,
girando mi perfil profesional.
No me quieres encerrado,
aun siendo los más verídicos,
en mis credos, argumentos,
opiniones, puntos de vista;
trending topic de la
actualidad.
Me quieres pobre y humilde,
generoso y a todos cercano,
para que «tu onza de oro»
desvanezca en los atribulados
su angustia, sin coste alguno.
Me quieres presto y dispuesto,
imaginativo, combativo y audaz,
para que «tu onza de oro»
arranque de todos el miedo,
invitándoles de nuevo a soñar.
Me quieres de tu Reino, servidor;
estanque de tu presencia
y de tu evangelio, surtidor;
hasta que «tu onza de oro»
torne a los desmemoriados tu voz.
(Seve Lázaro, sj)
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