"Ven y veras"

 


"Veréis el cielo abierto 
y a los ángeles de Dios 
subir y bajar sobre el Hijo del hombre."(Jn1,43-51).

Da mucha esperanza, en un contexto desesperanzado, esta afirmación de Jesús; especialmente cuando recobran plena vigencia las palabras proféticas de Isaías: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; los que habitaban en tierra y sombras de muerte una luz les brilló.

Hay distintos momentos en encuentros relacionados con Jesús. Una invitación: “Sígueme”. Una propuesta: “Ven y verás”. También un prejuicio: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” Cierta desconfianza: “¿De qué me conoces?” Para finalmente: “Tú eres el Hijo De Dios”.


«Ven y verás»
 Hay que ponerse en camino y verle. Moverse, no dejar de buscar, ser inquieto en la vida y facilitar el encuentro. A veces no se trata de buscar en muchos sitios sino de dejar libre el corazón, de no apartar la mirada cuando Él se presenta. Natanael le hizo caso a Felipe, le acompañó y se encontró con Jesús. Después del encuentro se produce la profesión de fe: "tú eres el Hijo de Dios"


"Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."
Ver el cielo abierto es recordar agradecidos al que nos lo abre. El cielo está abierto como el corazón de Dios. Dios nos conoce, nos comprende y nos ama. No viene a juzgar viene a darnos vida. Nosotros también podemos abrir el cielo a los demás. Cuando les dejamos espacio para que sean. Cuando valoramos lo que son, no lo que nos gustaría que fueran. No somos más felices porque no amamos lo real, ni al Hijo del hombre.

En la Víspera de la festividad de Epifanía, pedimos a Dios que nos ayude a descubrir sus huellas, las estrellas que nos conducen a Dios, a la felicidad más grande para nosotros y para los demás.


Manifestemos la presencia de Dios, nacido cercano a nosotros en el Niño Jesús, ... Manifestémoslo con nuestras obras y de verdad.

«El que se da, crece. Pero no hay que darse a cualquiera, ni por cualquier motivo, sino a lo que vale verdaderamente la pena: al pobre en la desgracia, a esa población en la miseria, a la clase explotada; a la verdad, a la justicia, a la ascensión de la humanidad; a toda causa grande, al bien común de su nación, de su grupo, de toda la humanidad; a Cristo, que recapitula estas causas en sí mismo, que las contiene, que las purifica, que las eleva; a la Iglesia, mensajera de la luz, dadora de vida, libertadora; a Dios, a Dios en plenitud, sin reserva, porque es el Bien supremo de la persona, y el supremo Bien común. Cada vez que me doy así, recortando de mi haber, sacrificando de lo mío, olvidándome, yo adquiero más valor, un ser más pleno, me enriquezco con lo mejor que embellece el mundo; yo lo completo, y lo oriento hacia su destino más bello, su máximo valor, su plenitud de ser». (san Alberto Hurtado, SJ)


 

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