Tan cerca
Jesús enseña en la sinagoga de una manera diferente. Llama la atención su sabiduría, sus milagros. Un comportamiento que no tiene que ver con un hijo de carpintero. Reaccionan con escándalo, con desprecio. La fe se aleja cuando la certeza del conocimiento se acerca.
Resulta admirable que gentes tan cercanas a él, que tantas veces le habían escuchado y tantos milagros le habían visto realizar, fueran ahora tan reacios a creer en él. La fe abre los corazones al actuar de Dios. Por eso dice el evangelista que allí no pudo hacer milagros.
Jesús se sorprende de nuestra falta de fe y se apena de vernos tan encogidos, tan asustados, tan poco libres. Si tuviéramos fe como un granito de mostaza viviríamos desplegados, confiados, alegres. La seguridad de ser hijos de Dios nos haría contemplarlo todo admirados. Viviríamos llenos de paz, de paciencia, de misericordia. Los fallos y límites de los demás no generarían enfados ni tensiones. Pero ahí seguimos apegados al ego y sin confiar mucho.
«No desprecian a un profeta más que en su tierra» Sobre todo porque el profeta es fiel en su vida de aquello que anuncia y nos hace ver nuestros fallos que no queremos corregir. Nos es más fácil entonces decir que lo conocemos y sabemos de sus pecados para no escucharle.
"No pudo hacer allí ningún milagro". También nosotros podemos impedir que Jesús realice algún milagro en nuestra vida. Pidamos mantener ese resquicio de confianza que le permite traer Vida en medio de nuestra existencia y transformarla a su gusto. Deja de buscar a Dios en lo extraordinario, en apariciones, en fuegos artificiales, en masas, en aplausos... Dios se hace presente en lo pequeño, en lo cotidiano... No dejes que las luces cieguen tu horizonte.
Señor de mi vida, cada día que me regalas es una oportunidad más para vivir el amor y con seguridad avanzar por el camino que lleva hacia la salvación que me ofreces
Quiero ganarme el Cielo en base a mi esfuerzo honesto en extender tu Palabra de vida a todos los rincones del mundo, por eso, necesito de tu fuerza para trabajar duro en lo que me hace ser mejor persona.
Quiero vivir confiado de que Tú me acompañas y me ayudas a levantarme cuando estoy caído, vivir y actuar sabiendo que Tú me corriges con amor y diriges mis pensamientos para tomar mejores decisiones de vida.
Mi Dios, Tú que eres un Dios abundante en generosidad, te pido que dejes caer en mi vida los dones que necesito para vivir trabajando por tu reino de forma sabia, con gran caridad y desprendimiento.
Te confieso como mi Dios y mi Salvador, como el hijo de María, el hijo del carpintero que seguramente aprendió, en la Sagrada Familia, a ser dedicado en el trabajo y meditar las cosas en la profundidad de su corazón.
Confío en tu presencia que me da la seguridad de que, aunque en mi propio ambiente familiar yo sea rechazado y apartado por seguir tus pasos, siempre pueda mantenerme firme dando testimonio de tu amor.
Quiero abrirme con sencillez a las enseñanzas de tu Evangelio, porque al hacerlo puede abrirse un camino seguro hacia mi propia libertad.
Quiero ser reflejo de Ti para que otros también crean. Te amo, te confío a mi familia y los que quiero, sabiendo que tu amor es escudo de bendición. Amén
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