¡Abba!

 


"Señor, enséñanos a orar, 
como Juan enseñó a sus discípulos". 
(Lc 11,1-4)

¿Qué verían los discípulos en Jesús después de orar? ¿Qué frutos reconocerían en si vida? ¿Amor, alegría, paz, paciencia, bondad, benignidad, dominio de sí? Sólo si nuestra vida traduce al Dios que nos habita y lo expresamos en lo que vivimos y compartimos, solo así seremos dignos de credibilidad. Más necesarios que nunca frente a tanto escándalo y escepticismo.

Los discípulos fascinados por las palabras y gestos de Jesús se preguntan: ¿De dónde le nace tanta vida al Maestro? Por eso le piden que les muestre el manantial que lleva en el interior, que les enseñe a

orar, que les revele “eso” que le lleva a entregar la vida, gratuitamente, por los caminos. Acoge en silencio profundo la palabra más bella, más entrañable y más nueva que Jesús lleva en su corazón: ¡Abba!  

Con estas palabras se dirigía Jesús a Dios Padre por eso es sin duda la oración por excelencia de la vida cristiana, porque esta oración nos arroja a los brazos del Padre, y le permitimos que nos tome de nuevo, que nos recoja y que nos reintroduzca en la casa de la que nunca jamás deberíamos haber abandonado.

El "Padrenuestro" no es por tanto, cuestión de fórmulas, de frases, de palabras dichas de memoria, sino de dejarse llevar por la gracia, de sentirse en las manos de Dios que nos re-crea, haciéndonos hijos suyos, animados por el amor de su Hijo. Eso es exactamente rezar: vivir tu condición de hijo amado.

La oración requiere un aprendizaje. Una lección que sólo podemos aprender de Jesús. El Maestro nos enseña el Padrenuestro. Oración por excelencia donde se recoge lo que le podemos decir y pedir a Dios. Lo importante es rezarla con corazón abierto y agradecido

Dirigirnos a Él llamándole Padre convierte nuestro encuentro personal e íntimo con Él en un momento de profunda vida. Un Padre que guía y escucha, que orienta y espera.

En el Padrenuestro se contienen todas nuestras necesidades, deseos y expectativas, incluso lo que no sabemos o no nos atrevemos a pedir; y también todo lo que el Padre quiere concedernos.

Padre, ayúdame sentir la alegría de ser tu hijo y a tratar a los demás como hermanos.
Nuestro, no dejes que me aísle en mi egoísmo.
Que estás en los cielos; tan cerca y tan lejos; te dejas tocar, pero no te dejas atrapar.
Santificado sea tu Nombre; y que yo te ame con todo el corazón, con toda el alma y con todas mis fuerzas.
Venga a nosotros tu Reino.
Reina en mi vida y dame fuerza para trabajar para extender tu Reino de justicia, de verdad, de paz.

Hágase tu voluntad y dame confianza para acogerla como camino de vida para mí y para los hermanos.
Danos hoy nuestro pan, danos el pan tierno de tu amor en la Eucaristía.
Danos un corazón generoso para compartir con los pobres y con los que sufren, con los que tienen hambre de pan y de esperanza.

Perdona nuestras ofensas y ayúdanos a comprendernos y a comprender, a perdonarnos y a perdonar.
No nos dejes caer en tentación; dame luz y fuerza para descubrir y vencer los engaños que me alejan de ti, de los hermanos, de mi propia felicidad.
Líbranos del mal y ayúdanos a vencerlo sólo a fuerza de bien.
Amén. Así sea, en mí y en todas tus criaturas. Amén.


 


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