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Mostrando entradas de julio, 2024

El mellizo

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  "Bienaventurados los que crean sin haber visto". (Jn 20,24-29)   Hoy Santo Tomás. Aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos... Aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.   San Gregorio Magno En un mundo lleno de incertidumbres y desesperanza, este pasaje nos advierte que la fe es una necesidad imperante para evitar el abismo de la condenación eterna. La elección entre la fe y la duda es la elección entre la vida y la muerte, entre la salvación y la perdición. Sí, el creyente lo es porque se ha encontrado con el Señor resucitado. No es un encuentro virtual o imaginario sino realísimo; tanto que es capaz de cambiar la propia vida. Sólo cuando el ausente Tomás se encontró con Jesús, pudo reconocerle y pudo exclamar: «Señor mío y Dios mío»

La tempestad

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  “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”   (Mt 8,23-27) . En situaciones límite, de verdadera angustia, solemos recurrir a lo alto, implorando la salvación. Luego, cuando vuelve la normalidad, se nos olvida y hasta dejamos de ser agradecidos. La fe se arraiga en la experiencia de ser salvados. Sin está experiencia es imposible creer. Las tempestades, contrariedades, incertidumbres, forman parte de la vida. No controlamos sus envites y nos descubren nuestra vulnerabilidad. No somos tan fuertes, sabios ni autosuficientes. Donde no llega nuestro control, eficacia y dominio, alcanza la fe. «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Mientras todo va bien somos capaces de aguantar y vivir la fidelidad, pero en cuanto se levanta el aire, se tuercen las cosas y sobre todo si son estas vienen sin que seamos capaces de comprender entonces vemos la verdad de nuestra fe. Creer implica asumir el riesgo de vivir con Él todo, también aquello que nos hace zozobrar y que nos llena de mied

Sígueme

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  "Dio orden de cruzar a la otra orilla."   (Mt 8,18-22). No quiere Jesús que nos quedemos en la orilla de lo conocido, de lo que dominamos. No nos quiere instalados en lo cómodo que nos adormece y quita el asombro. Nos quiere vigilantes, atentos, emocionados. Y es verdad que los retos nos inquietan, lo desconocido nos activa, esperar en lo incierto nos enerva. Pero la necesidad de Dios se percibe frente a la evidencia de nuestro no saber. Benditas situaciones en la vida de desconcierto e inquietud. Porque nos hacen buscar más a Dios y confiar en él. El Señor no busca sabios, ni expertos, ni perfectos... Busca discípulos. Hoy sobran sabiondos y faltan perdonas que quieran aprender. Como creemos saberlo todo, nuestra ignorancia es mayor, y por eso nos cuesta tanto seguir al Maestro y ser sus discípulos. La humildad es decisiva. Jesús no nos promete ninguna seguridad. Él asumió su vida terrenal en la pobreza y el desprendimiento, sin un lugar donde reclinar la cabez