Hablar de Él

 


"Hablaba del niño a todos 
los que aguardaban la liberación de Jerusalén" (Lc 2, 36-40)

Jesús es todavía un niño, un niño débil, indefenso, amenazado... pero Ana, hija de Panuel, comienza a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a cuantos esperaban la liberación de Israel.

Ana, profetisa, no se apartaba del templo. Sirviendo a Dios.  Alaba a Dios y habla de ese niño a quien aguardaba la liberación. Ese niño es signo de libertad, de paz y bien.

La profetisa Ana no podía contener su alegría, no podía dejar de hablar de aquel Niño a los que esperaban la liberación de Jerusalén.

En ella descubrimos la actitud propia del creyente que ha descubierto en la Navidad al Verbo encarnado y la posibilidad de encuentro con Él.

La historia de la presentación de Jesús en el Templo comienza en Jerusalén y termina en Nazaret. "Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret." Nuestras vidas tienen mucha movilidad, mucho cambio, mudanzas, destinos. Pero necesitamos volver a Nazaret, a nuestro origen, de dónde nos sentimos. Si el mismo hijo de Dios era de un lugar: "el Nazareno", todos necesitamos reconocernos de algún sitio. Es el principio de identidad. Es lo que nos da sentido de pertenencia. Dios se manifiesta en el espacio y el tiempo, en la historia. Agradezcamos el camino personal que nos ha llevado al encuentro con Él. El niño creció y se hizo fuerte, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios fue sobre Él.

La gracia de Dios acompañaba a Jesús. La gracia de Dios te acompaña a ti para que crezcas cada día más en entrega, en felicidad, en esperanza, en sabiduría, en fe...

 

Hay vidas que se consumen
a través de una ventana,
mueren sin encontrar
un camino,
mueren de no haber partido.
hay plegarias que son su propio eco;
esperanzas que son espejos:
aguardan sólo lo que aguardan,
se transforman en la estatua
de aquello que esperaban,
son el miedo a perder
no el deseo del encuentro.
 
 
Hay otras, otras vidas, que laten vida:
buscan lo aún sin nombre
hacen del azar su esperanza,
no miran a lo lejos
hacen de la lejanía un atajo.
es la de hombres que hablan con palabras
que no son palabras son golpes
contra el pecho de la vida,
como los que dan contra las paredes
los presidiarios
para que desde otra celda respondan.
son como mudos moviendo
los labios dentro de una ronda de ciegos,
como mudos, sí,
pero sin cerrar la boca, sin traicionar el grito.
 
Y hay vidas que ni gritan
ni golpean,
que no tienen ni siquiera una tapia donde
tatuar un nombre,
donde inscribir su paso,
son vidas a la intemperie:
es la espera en carne viva
como la de un mendigo en medio
de un páramo
ante nadie, para nada,
pero sin bajar ni cerrar la mano.


 

 

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